martes, 30 de septiembre de 2008

Las asignaturas

Te copio del Libro de Calificación Escolar las que se estudiaban en primero de Bachiller: LENGUA CASTELLANA, GEOGRAFÍA, MATEMÁTICAS, CIENCIAS NATURALES, DIBUJO, RELIGIÓN, FORMACIÓN DEL ESPÍRITU NACIONAL, Y EDUCACIÓN FÍSICA. Las tres últimas eran conocidas como “las tres Marías”, porque se daba por sentado que, por poco que hicieses, siempre se aprobaban. En fin, como queda mucho que decir, lo dejo para el día siguiente, paciente amigo.

La desventaja, entre otras muchas, de la enseñanza libre estribaba en que te jugabas en un solo examen el trabajo de todo un año. No había, como en la oficial ,segunda oportunidad o recuperación, o pruebas de enero, ni ningún otro modo de recuperar una mala nota; había que esperarse a la próxima convocatoria de septiembre o bien de junio de otro año. Veamos.
LOS EXÁMENES. Se producían con carácter general en el mes de junio, y, en caso de suspender, una convocatoria extraordinaria en septiembre. Los alumnos éramos acompañados por los profesores hasta la capital en donde permanecíamos un par de días, en una sencilla pensión-por calificarla de algún modo- En el Instituto se habilitaban unas aulas para las pruebas, encontrándose cada catedrático de asignatura en la suya correspondiente, durante todo el día, pasando alumno por alumno por delante de él, ya que el examen era oral. El alumno portaba el folletito del programa de la asignatura sobre el que el profesor le iba preguntando por las distintas cuestiones que le pareciese oportuno para calificarle. Como había que guardar turno según entrabas, ya puedes imaginarte los nervios que se acumulaban hasta que te llegaba tu hora… A veces, veías asomar a la puerta a uno de tus profesores preparadores, haciéndote señales para que salieras de la clase, y esto sucedía cuando en alguna de las otras aulas había pocos alumnos; de este modo se conseguía reducir el tiempo de espera. Lo más curioso de estos exámenes se daba en los de Educación Física, puesto que tenías que hacer los ejercicios que te mandaban sin ningún equipamiento, con traje y zapatos –los “chandals” aún no se conocían- produciéndose escenas de los más gracioso y pintoresco. Pero, de todos modos se pasaba bien, pues eran dos o tres días en los que salías del pueblo y veías muchas cosas, a pesar de que, por causa del esfuerzo, a veces no te quedaban ganas de nada. Esfuerzo que podía darse por bien sufrido y empleado si podías llegar al pueblo con el curso aprobado. Como curiosidad te anoto lo que me costaba la matricula en los distintos cursos de Bachiller: Examen de Ingreso:………….5 pts Primero………………….………… …180 “ Segundo…………………………….…270 “ Tercero…………….…………………..270 “ Cuarto………………………………....250 “ Reválida de Cuarto…………160 “
Casi sin darme cuenta, me encontré en plena adolescencia con la disyuntiva de escoger una carrera que iniciar, cosa por otro lado bastante fácil debido a las circunstancias: dada la posición económica no había más remedio que elegir Magisterio, que también podías estudiar por libre, o bien ingresar en la Escuela de Peritos de Linares, en mi caso poco probable por el gasto que esto ocasionaba. Así que tuve que estudiar la carrera de Maestro, que casi respondía a mis gustos, pues siempre manifesté mi vocación por la enseñanza

lunes, 29 de septiembre de 2008

Mis estudios


Ahora que está tan de actualidad la Enseñanza, mira por donde, querido amigo, me ha tocado hablar de mis estudios. Ya te he dicho que pasé el examen de ingreso y, desde ese momento, soy ante mis paisanos un nuevo “estudiante”. He de decirte, en primer lugar, que al haber un solo instituto en la provincia los estudiantes “humildes” teníamos que hacerlo por “libre”, es decir, preparar todas las asignaturas en las academias del pueblo e irnos a examinar a la capital en los días asignados. Son muchas cosas las que hay que contar por lo que tendré que tener cuidado para aclararme y no hacerte un galimatías, si es que no viviste en aquellos tiempos. Trataré de ser lo más sistemático que pueda.

Las clases

Se desarrollaban en la academia que en mis tiempos estaba regentada por Don Nicolás López y por Don José Luque, estando las clases de Latín y Religión a cargo del cura Párroco. Durante dos o tres horas a partir de las cinco de la tarde, teníamos que “dar la lección” al maestro, es decir, rendir cuenta del trabajo que realizábamos en casa durante todo el día, y que el día anterior se nos había encomendado. Si no te sabías la lección, entraba dentro de lo posible que te quedases en la academia hasta que te la aprendieses… Lo que sí hacíamos todos los días era, aparte de los ejercicios de matemáticas correspondientes, un dictado y un análisis morfológico y sintáctico. A este respecto recuerdo una anécdota un tanto simpática: El maestro tenía la costumbre de hacer el dictado utilizando el mismo libro, “El Quijote”, con lo que, de paso, nos aficionábamos a su lectura posterior. Un día tocó hacer el dictado de un párrafo que comenzaba así :–lo tengo presente en mi memoria, pues se repitió durante varios días- “ Detente ladrón, malandrín, follón, que no te han de valer tus artimañas…”, etc… Al oír los alumnos la palabra “follón” montábamos un cierto barullo, con sonrisas y murmullos, sin que el maestro lo advirtiera. Al día siguiente, alguien puso una señal en aquella página para que el maestro repitiera el mismo dictado, como así fue, produciendose el mismo resultado jocoso en el alumnado. Después de varios día sin que el maestro se diese cuenta, aunque éste ya advertía algo raro, comenzó el dictado con el mismo párrafo: “Detente ladrón, malandrín, que no te han de valer tus artimañas…”, evitando pronunciar la palabra que generaba el alboroto diario. Se hizo un gran silencio, cuando uno de mis amigos dijo en voz alta :” Don Nicolás, se ha saltado usted una palabra…” Éste, que ya había tomado conciencia del caso, le dijo de todo a aquel niño, terminando con la consabida coletilla, que tanto temíamos todos: “¡Se va a enterar tu padre de lo gamberro que tú eres!” Y si el padre se enteraba, menuda le esperaba…

viernes, 26 de septiembre de 2008

Nueva vivienda



En este año de 1952 cambio de vivienda. Hemos salido ganando porque ésta es más moderna, tiene tres plantas y presenta la ventaja, aparte de otras, de que el bar ocupa la totalidad de la primera planta, quedando la segunda para la vivienda familiar. La tercera, para mi regocijo, también eran cámaras –o sea, trastero- en dónde yo me solía encontrar a mis anchas.
Esta casa estaba situada en la calle Duquesa de la Victoria, nº 4 y pertenecía a una de las familias más ricas del pueblo, la de Doña María López, que poseía una gran cantidad de ellas, yo diría que hasta una manzana entera. Ni que decir tiene que estábamos de alquiler pues los negocios de este tipo, en aquellos tiempos, apenas daban para comer y menos a una familia tan numerosa como la nuestra. Lo cierto fue que el negocio iba cada vez mejor debido también, quizá, a que España iba saliendo de la extrema ruina en que la había sumido la guerra civil.
Casi coincidiendo con este cambio de residencia yo empecé a estudiar el Bachillerato, para el que había que pasar por un riguroso Examen de Ingreso, que solía producirse sobre los diez años de edad. Así, someramente, te diré que este examen se componía de un dictado, en el que no podías tener más de tres faltas de ortografía, una cuenta de dividir, y un examen oral de todas las asignaturas. Para esta última prueba se disponían en un estrado varios profesores de Instituto quienes te iban preguntando sobre Lengua, Geografía, Historia, Matemáticas… etc, sacando después la nota media de todo, juntamente con las otras pruebas. Eso sí… si tenías más de tres faltas, o la cuenta de dividir mal, ya podías despedirte hasta septiembre… Quiero decirte que a esta edad, los conocimientos en las materias citadas podrían ser mucho más exigentes que los de un alumno actual de segundo o tercero de bachiller. Que no digo que esto sea mejor ni peor, sino sencillamente que era como te lo estoy contando. Para este examen tenías que desplazarte a Jaén, en donde se encontraba el único Instituto de Enseñanza Media de toda la provincia. Mi padre tuvo que llevarme primero a la estación de Linares-Baeza, de ahí coger un tren a Espeluy, y de esta estación otro a Jaén. Es decir, todo un día para recorrer los 90 kms. que separan mi pueblo de la capital. ¡Menos mal que aprobé a la primera, porque si no mi padre no iba a pasar por otra odisea como aquélla! Felizmente pude empezar a estudiar mi primer curso de Bachiller, por enseñanza libre a cargo de mis maestros de siempre. En un próximo capítulo contaré como eran aquellas clases y tipo de preparación, muy distinto al actual.Los niños que no podían estudiar, bien por falta de medios, bien por su bajo rendimiento o porque los padres no lo estimaban oportuno, seguramente porque los necesitaban para trabajar y aportar alguna ayuda a casa, seguían en las escuelas hasta los doce o trece años, siendo frecuente el absentismo escolar, sobre todo en la época de la recolección de la aceituna en que toda la familia trabajaba en ella. Algunos se iban de aprendices con carpinteros, zapateros, herreros, sastres, mecánicos ,etc… para aprender el oficio. Bien es verdad que no se ganaba nada pero aprendía para en el futuro tener su propio negocio. Otros trabajaban en el campo con sus padres y aprendían el cultivo de la tierra. Y muy pocos los que holgazaneaban por las calles…

jueves, 25 de septiembre de 2008

Los juegos (II)

No siempre se jugaba en la calle, ni siempre a juegos con importante componente físico, como podrían ser los citados en el artículo anterior. Existían también juegos para desarrollar tranquilamente sentados, bien en el suelo, o dentro de las casas, pero, igual que los antes descritos, totalmente “artesanales”, es decir, compuestos por los mismos niños, con materiales improvisados o de fácil consecución, sin tener que acudir a una tienda de juguetes. Recuerdo con cariño dos de ellos: “El Lapo” y “Los leones”. “El Lapo” era un juego que se jugaba con una taba.La taba es el hueso "astrágalo" que aparece en las patas de las reses. Tiene cuatro caras que nosotros llamábamos hoyo, panza, rey y lapo. Hoyo y panza son las caras más anchas de la taba y las que más veces aparecen. Más difícil es que la taba quede en rey o lapo. Para el juego se requería, además de la taba, de un pañuelo que se retorcía como para hacer una trenza y que se utilizaba para castigar con un golpe en la mano, que era ordenado por el “rey” y que ejecutaba una especie de verdugo, llamado “lapo”. No es éste lugar para explicar las reglas del juego, pero sí para decir que era un buen juego para el invierno por la manera de “calentar” las manos…

“Los Leones” era un juego que, en los muchos años de vida que tengo no he logrado verlo comercializado, lo cual me hace pensar que se trataba de un juego local. Es un juego de estrategia, parecido a las damas, incluso a las damas chinas… El “tablero” se dibujaba en el suelo, con una tiza o bien en el suelo arcilloso, y estaba compuesto por cinco cuadrados, en forma de cruz, divididos a su vez cada uno en cuatro cuadrados y dos diagonales. Uno de los cuadrados estaba “guardado” por dos piedras más grandes, llamados leones y los otros cuadros por piedrecitas.llamadas “chinas”, que se colocaban en cada una de las intersecciones en que se dividían los otros cuadrados restantes. Las chinas deben ir avanzando hacia los espacios libres, siempre hacia delante y su objetivo es llenar el cuadrado que guardan los leones, quienes lo evitarán comiendo las chinas como se hace en el juego de las damas. Los leones tienen libertad de movimientos, como si se tratase de una reina del ajedrez. Ganan los leones si logran comerse a todas las chinas. Una china puede eliminar un león si logra en tres ocasiones que éste no se coma una de sus fichas.









También se utilizaban las cajas de juegos reunidos “Geyper”. El que poseía una de éstas se podía considerar afortunado pues así podría reunir en casa a los amigos para jugar a los distintos juegos que contenían.







Estaban también de moda los cromos, las calcomanías, el “cine-exin”, los “mecanos”, etc, los recortables. De estos últimos a mi me encantaban los recortables de casas y edificios, con los que pasaba horas y horas, y luego me componía mis propias ciudades, -en las cámaras de mi casa-, por las que desfilaban los recortables de soldados en perfecta formación.












miércoles, 24 de septiembre de 2008

Los Juegos






Yo no sé si antes los días eran más largos pero lo cierto es que parecía haber tiempo para todo. Sin agobios, sin prisas, sin tele, sin apenas radio… sólo con la imaginación, que no era poca. Con el bocado de la merienda en la boca ya estábamos jugando en la calle. ¿Habéis pasado por alguna avenida con muchos árboles, cuando ya la tarde empieza a caer? ¿Habéis reparado en el ruido estridente que hacen los pájaros mientras se van acomodando en las ramas para pasar la noche? Pues algo así ocurría en las calles de los pueblos: “bandadas” de niños, gritando, corriendo, alborotando a diestro y siniestro, jugando a los distintos juegos que se estilaban entonces.




Creo que no hace falta señalar que no se utilizaba ningún material especial; quiero decir consolas, coches autodirigibles, balones de reglamento, patines, patinetes, bicicletas, etc, etc…, sino más bien la ausencia casi total de todo esto. La propia calle te facilitaba las cosas, ya que para jugar a las bolas, el empedrado era lo ideal; las plazas, las eras vacías, los solares… se convertían en canchas de fútbol; unos trapos inservibles y unas cuerdas en pelotas o balones, que no botaban, pero que al menos rodaban e iban de un lado para otro con el consiguiente alborozo y disfrute de los que se creían Zarras, Basoras, Eizaguirres, Ben Barek, etc… Palos, varas, cañas… eran a veces lanzas, ora espadas, otrora escopetas y los que las empuñábamos Robin Hood, El Guerrero del Antifaz, El Pequeño Luchador… indios y rostros pálidos, piratas y corsarios, policías y ladrones, buenos y malos…




Las vallas de la plaza, castillos imaginarios, las ventanas de las casas burladeros en las corridas, con aquellas muletas y los cuernos arreglados en la carpintería, montados en una tabla, para que uno de nosotros pudiera hacer de toro… Juegos como el pillar, el escondite, la taba (en mi pueblo, el “garrabanche”), el burro, la pava, la pítila o pita… uuuffff, necesitaría todo un tratado sólo para enumerarlos y una enciclopedia para explicar sus reglamentos que eran, por otro lado, bien sencillos.
Para aquéllos que quieran saber cómo eran algunos de aquellos juegos, te remito a una web que compuse para mi pueblo. Lo podéis encontrar concretamente en: http://www.pherpi.com/lasnavas/costumbres.htm .Existían juegos con menos ejercicio físico como el de jugar a los cromos. En un principio, cuando se carecía de todo, coleccionabamos los dibujos de las cajas de cerillas, a las que llamábamos “santos” y que empleabamos para jugar, como si fueran verdaderos cromos. Más tarde llegaron los de futbolistas que coleccionábamos, cambiábamos y jugábamos con ellos. Puedo acordarme que alguno de nosotros reconocíamos a los jugadores con sólo enseñarnos la parte superior del cromo, viéndose sólo una parte del pelo.

Recuerdo una anécdota protagonizada por uno de mis amigos, cuando los cromos salían en las “carterillas”, es decir, en unos sobrecitos que traían el colorante para las comidas. Algunos niños se prestaban “amablemente” para hacer la compra a la madre con el objetivo de comprar también dicho producto y así quedarse con los cromos. Se dio la circunstancia de que en algunas casas ya había más colorante que garbanzos y, claro, las madres, empezaron a tomar medidas para cortar este desperdicio. Pero este amigo, para que la madre no descubriera aquellos sobrecitos, los fue arrojando al pozo de su casa. ¡Menudo susto el de la madre cuando, al sacar un cubo de agua, se lo encontró todo amarillo! Al darse cuenta de lo sucedido, la madre reprendió a mi amigo quien, ni corto ni perezoso, contestó: “No te preocupes, madre, ahora, para poner la comida, saca directamente el agua del pozo y ya no tienes que añadirle más que los garbanzos”.

martes, 23 de septiembre de 2008

La merienda



Lo primero que hacíamos los niños al salir del colegio era ir a casa para dejar la cartera y coger la merienda que, salvo economías altas, solía estar compuesta por un pedazo de pan, al que se le practicaba un agujero, sacando parte de la miga, rellenándolo de aceite y agregando un poco de sal o azúcar. Se completaba la acción tapando el hoyo con la miga extraída, para que el aceite empapase el pan y así evitar el derramamiento del mismo. Era el conocido “hoyo de aceite” que, sobre todo en Andalucía, tierra de aceite por antonomasia, estaba presente en casi todas las familias.
En algunas ocasiones, la merienda adoptaba un par de variantes: un pedazo de pan, bien con tocino o con una onza de chocolate, de aquél que terragueaba –palabra del vocabulario navero-, como si estuvieses masticando arena… En estos casos y sin que lo omitiese una sola vez, mi madre recomendaba con toda solemnidad:”¡Un bocado grande al pan, y uno pequeño al chocolate! (o al tocino, en su caso)” El caso es que uno llegaba a casa y pedía “la merienda”, sin especificar nada más, es decir, sin posibilidad de elección.
Hoy día –tú lo sabes, querido amigo- el niño pregunta “¿Qué hay de merienda, mamá?” A lo que la madre, emulando al más experimentado “maitre” de un restaurante, va relatando como si se tratara del menú, una larga lista de posibles alimentos:-Hay salchichón, chorizo, mortadela, queso en porciones, queso en lonchas, jamón, sobrasada, fuet, nocilla, leche con cereales, bollitos de leche, –“¡la leche que le dieron a los bollitos!,dan ganas de decir más de una vez…”- chocolate, madalenas, galletas… bueno, y así una larga lista, a lo que invariablemente el niño suele decir con desgana: “¿Sólo hay eso?”. La escena suele terminar con un monumental mosqueo de la madre, que, a veces, y para quitarse de encima el problema, da al niño dinero para que se compre alguna “bollería” de esas que engordan, aumentan el colesterol, y otros males de todos conocidos, pero que tienen el aliciente de contar entre su celofan con los últimos cromos de sus “héroes” de moda…Bueno, yo recuerdo que mi madre, que ya llegó a vislumbrar esta situación en sus nietos, sentenciaba: “!Tenían que volver los años del hambre, condenaos, que os comeríais hasta los zancajos de los calcetines!” . No lo decía convencida, pues era la primera que daba gusto a sus nietecitos, aún en la certidumbre de estar malcriándolos, como ocurre con la inmensa mayoría de los abuelos.
Hay en mi memoria algo que, a pesar de mi corta edad entonces, no he podido borrar de mi mente. No me resisto a contártelo pero rogándote que no lo tomes como una heroicidad por mi parte, ya que yo fui y sigo siendo poco comedor y el aligerarme de comida era –y sigue siendo para mi - un gran alivio. Hubo un tiempo que tuvo que coincidir con aquellos años de hambre en el que, cada vez que yo salía de mi casa con la merienda en la mano, enfrente de mi casa, como una estatua, seria y triste, se hallaba una señora esperando mi salida… A veces yo me hacía el “remolón” para ver si se marchaba, y así salir yo sin que tener que pasar por aquel trance. Aquella mujer, con palabras que hacían jirones mis infantiles sentimientos, me pedía parte de mi merienda para sus hijos hambrientos. Yo, sin mucho esfuerzo por mi parte- lo digo con absoluta sinceridad-, daba parte de mi merienda, y muchas veces la merienda entera, para que aquellos niños, a los que yo conocía por vivir en mi misma calle, saciaran su hambre y, las más de las veces, para que aquella mujer me dejara en paz…Qué poca caridad, ¿verdad?

domingo, 21 de septiembre de 2008

El material escolar






Te he hablado antes de la pizarra individual, como instrumento de trabajo. La recuerdo muy vagamente, lo que quiere decir que no estuve mucho tiempo usándola. Hoy quiero hablarte del resto del material, dejando ya a un lado la Enciclopedia.En aquellas toscas carteras que todos los años te dejaban los Reyes Magos, -y digo bien, porque cada año existía la necesidad de renovarlas, pues, al ser de cartón, en cuanto se mojaban, adios cartera y adiós todo-, se contenían el siguiente material básico: un cuaderno para todo tipo de actividades, un lápiz, un borrador y una pluma. Los más afortunados poseían un plumier, que era una especie de estuche en el que se guardaba el material de escritura, más un juego de lápices de colores, lujo que pocos podían permitirse. El número de lápices de una caja era normalmente de seis unidades: negro, blanco, amarillo, rojo, azul y marrón. Cajas con mayor número de colores eran todo un lujo y la envidia de toda la clase



Todas las mañanas se distribuía la tinta entre las mesas, que disponían de agujeros en los que se incrustaba un tintero, en el que se mojaban aquellas plumas metálicas con las que desarrollar todo el trabajo escolar, a excepción del cálculo, para el que se utilizaba únicamente el lápiz, por aquello de las equivocaciones y la necesidad del continuo borrar y corregir. Y pare usted de contar… Poquita cosa para lo que se lleva ahora, ¿verdad? Y sin embargo los alumnos dominaban el cálculo, escribían con corrección, con buena letra -¡se hacía caligrafía!-, con buena ortografía, con riqueza de vocabulario, con corrección sintáctica…Bueno, bueno, ¡para Pedro, que a más de uno se le van a subir los colores! No te creas que el maestro disponía de muchas cosas más… Para él, lo fundamental era la pizarra, un gran rectángulo de madera, o bien pintada en la pared, con su racionada tiza, que había que apurar hasta que te raspabas los dedos… En ella se copiaban los ejercicios colectivos, se dibujaban gráficos o esquemas, se explicaban los temas, se copiaban los dictados, las lecciones conmemorativas, las ocasionales… Aquello era como la pantalla de un gran ordenador cuyo “disco duro” era el maestro. Porque te digo, sabiendo a lo que me expongo, que aquellos maestros, sabían de todo. Circulaba por entonces un malhadado refrán que no hacía justicia a los maestros:”El maestro Liendre, que de todo sabe y de nada entiende”, que más bien se aplicaba al típico sabelotodo pero que los más malintencionados se lo aplicaban a nuestros respetables maestros. El maestro era como el “Google” de aquellos tiempos. Frecuentemente se les paraba por la calle para preguntarles, cosas tales como…-Don Fulano, tenemos una discusión entre mi amigo y yo; sáquenos de la duda: ¿La guerra de Cuba la empezaron los españoles o los americanos?O bien:-¿Conoce usted algún remedio para…..? O las más de las veces:-¿Me puede usted escribir una carta para mi hijo, que está en África? Y ya de paso me lee la que he recibido. El maestro disponía de unas láminas explicativas de Ciencias Naturales, Mapas Físicos y Políticos de España, Mapasmundi, que se colocaban en las paredes de la clase, un globo esférico, un ábaco y unos pocos libros, que los niños utilizaban para la lectura en clase: Hemos visto al Señor, Yo soy español, Mi primer Manuscrito… eran algunos de ellos.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Los libros


Tengo que hablarte necesariamente del material escolar de aquellos años cuarenta, especialmente de los libros de texto. No sé si habrás observado alguna vez la mochila de un alumno actual. Si tienes hijos, no sólo te sentirás extrañado de su volumen, de la cantidad de peso -han tenido que ponerles ruedas para no romper las espaldas de los pobres chavales-, de la cantidad de cosas que hay dentro, sino también de la suma de dinero que hay que gastarse cada año en renovar su contenido, e incluso la propia mochila, porque “ya no se lleva”… Los libros son “autodestruibles” como aquellas cintas de cassettes de una famosa serie americana. No sirven porque se escribe en ellos, se dibuja, se recorta… A fin de curso, en lugar de un libro parece un bocadillo caducado. Eso sí, todo son maravillosas fotos en papel “couché”, gráficos,ejercicios “dificilísimos”, etc, etc. Un alumno de primero de primaria puede llevar hasta 8, 10 o 12 libros, entre textos, cuadernos de ejercicios, diccionarios, ¡¡¡uffffffffff!!! Si quieres que te dé un soponcio, sólo tienes que abrir una de esas mochilas. ¿Y todo esto sirve para que los niños aprendan más y mejor? Hummm, no me quiero meter en discusiones, - por el momento, jeje- , pero si que te voy a contar cuál era nuestro material personal. Luego tú, querido amigo, sacas las conclusiones que estimes oportunas. Al principio de ir a la escuela yo llevaba, en la mano, un pizarrín , una pizarra y la cartilla “Rayas”. ¿¿¿¿¿¿¿¿?????????.- “¿Qué me dices, hombre?..¿Y eso que era?...¿Para qué servía?” Pues mira, el maestro ponía en esa pizarra –pero pizarra de verdad, esa piedra que se llama asi , ¡como te lo digo!, que si se caía al suelo se rompía…-, la muestra que tenías que hacer, que solía coincidir con la lectura de tu cartilla, o bien el dictado, o bien las cuentas de cálculo, los problemas, etc… y que luego él te corregía individualmente. En esa pizarra se escribía con un “pizarrín”, es decir, una especie de lápiz mineral, de una pizarra no muy dura, y que, cuando ya los ejercicios estaban corregidos, se podía borrar con un trapito que, a veces, se llevaba atado con un cordel a la pizarrita.
Pero creo que me he desviado del tema, porque tenía que hablarte de los libros. En otro capítulo seguiremos con lo apuntado aquí…Pues bien, te digo… En los primeros meses se aprendía a leer en las famosas cartillas llamadas “Rayas”, que sustituyeron en mis tiempos al famoso “Catón” de mis padres y abuelos. Y ya, con las técnicas de lectura y escritura adquiridas, pasabas a las Enciclopedias. Si eres algo mayor, sabrás de que te hablo, pues con toda seguridad habrás estudiado en tu tierna infancia en la famosa y extendida “Enciclopedia Alvarez”. Si eres joven, puede que te suene a chino de lo que te hablo. Veamos. Yo, como soy un poco mayor, estudié en las enciclopedias “Dalmau Carles”, que tenían una gradación de menor a mayor, es decir: Preparatorio, Elemental, Medio y Superior. Hasta que no “te sabías” todo el libro, no “te pasaba” el maestro al siguiente, con lo que te podías pasar dos o tres cursos con el mismo. En dichas Enciclopedias se encontraban todas las asignaturas: Lengua Española, Matemáticas, Geografía, Historia, Historia Sagrada… Tenían pocas ilustraciones y todas ellas con unos dibujos muy rudimentarios, pero altamente ilustrativos. Había que aprenderse “de memoria” el contenido de cada respuesta, a preguntas muy breves, lo que tantas veces se ha criticado y anatemizado por los pedagogos ulteriores. Yo, ni quito ni pongo rey, pero te digo que con aquellas “muletillas”, más las magníficas explicaciones, ejercicios, redacciones, composiciones, etc, conque aquellos heróicos maestros acompañaban cada lección, muchas generaciones adquirimos un cultura general envidiable. Otro día te hablo del resto del material, ¿de acuerdo?

Los profesores


Los profesores
Querido amigo: Hoy día se habla, refieriéndose a la educación en los colegios, de los planes de estudios, del ideario del centro, de las instalaciones, de las clases extraescolares…¡ qué se yo!, de todo menos de lo esencial, y te lo dice tu amigo que, durante cuarenta años ha sido maestro de escuela –que así me gusta que me llamen-. En aquellos tiempos no se preguntaba: “¿ A qué colegio vas?”, sino: “¿Quién es tu maestro?”, porque, mi buen amigo, la figura del maestro era básica, fundamental… sin maestro no había escuela. Con maestro, cualquier lugar servía de escuela y la educación, los conocimientos, ¡todo!, fluía alrededor del alumno y lo empapaba. Se lo hemos oído decir a nuestros mayores: “Mi maestro se llamaba Don……… “ y te cuentan miles de anécdotas de él, pero, sobre todo, no falta nunca el agradecimiento a aquellos desvelos, a los conocimientos recibidos, a los consejos, a sus máximas… Hoy día tu hijo te habla de su "profe de Cono” –Conocimiento del Medio-, de "Reli", de "Mates", de su "seño de Inglés", de Gimnasia, de la "profe de Musi"… Hoy no tienen maestros: tienen "profes"… Y ya me contarás que queda en un pequeño de seis años después de que, durante las horas de clase, hayan pasado cuatro o cinco profesores distintos. ¡Y cambiando cada curso los mismos! No te voy a decir que un solo maestro es mejor que tantos, que la enseñanza de antes era mejor que la de ahora, que antes se tenían menos medios pero que los niños aprendían más… No. Pero sí quiero hablarte de la figura de aquel maestro que te cogía pequeñito y te soltaba ya adolescente, habiendo sido tu profesor de todo, tu ejemplo, tu amigo, tu padre… y todo eso contando solamente con el reconocimiento de la sociedad, para la que el maestro era una figura respetable y respetada, aunque no en lo económico, que de esos tiempos viene la frase:”Pasas más hambre que un maestro de escuela”.Don Nicolás, Don Florencio, Don Ignacio, Don Juan José, Don Manuel (Kai-Kai), Don José Luque… Doña Rosario, Doña Encarna, Doña Julia, Doña Juanita, Doña Mari Pepa, Doña Pura… Cada uno era una institución, un modelo, un espejo en que se miraban sus alumnos. El maestro con el que más tiempo estuve en estos primeros años fue con Don Florencio Ruiz García, todo un ejemplo y un modelo para mí a lo largo de gran parte de mi vida, pues ha sido una persona –que en gloria lo tenga el Altísimo- que ha influido, no sólo en mi formación y educación, sino en gran parte de los ámbitos que tiene la vida. Creo haber heredado su amor por las Matemáticas, por el trabajo bien hecho, acabado, perfecto, su amor a su pueblo, y , sobre todo, a la patrona de éste La Virgen de la Estrella… En fin, ¡qué te voy a contar!, necesitaría un blog sólo para él. Más adelante, según avance este blog, mi querido maestro saldrá a relucir muchas veces, ya verás…Por las tardes era costumbre asistir a clases particulares que impartían algunos de los profesores, preparando, además de los estudios de bachiller, clases de repaso para todo tipo de niños. Yo asistí a las clases de Don Nicolás, y te voy a contar, para terminar este capítulo, lo que este hombre hizo por mí…La situación económica de mi casa no era boyante, se ganaba poco y eran muchas las bocas que alimentar. Mis hermanos mayores tenían que hacer otros trabajos para ayudar en casa, empleándose en las fábricas de aceite, yendo a la recolección de la aceituna, etc. Y yo, casi en mis once o doce años, a punto de dejar la escuela para incorporarme a cualquier labor que se me encomendara… Pues bien, Don Nicolás, que había notado que yo tenía cualidades para el estudio, cada día se acercaba al bar de mi padre, pedía una copa de vino y le machacaba : “¡Pedro!, tu hijo vale, es una pena que no estudie, porque puede sacar una buena carrera. Tienes que hacer un esfuerzo…” Me puedo imaginar la cara que ponía mi padre, entre impotente y lastimera, contestando: “Es imposible, Don Nicolas, nosotros no tenemos medios…” Así continuó largo tiempo, a diario, con su copita de vino y su continuo sonsonete recordatorio…”Pedro, tu hijo vale…” . Al final, un día le convenció porque el Ayuntamiento había ofertado unas pequeñas ayudas para el estudio y mi maestro logró que me adjudicasen una a mí. Mi padre accedió y, con grandes sacrificios, se logró que yo pudiese estudiar la carrera de Magisterio, por enseñanza libre, continuando mi formación con tan maravillosos maestros. Ah! Pero lo que me dejó de piedra fue lo siguiente: Comentando todo esto con Don Nicolás, muchos años más tarde, en una conversación en la que yo, ya maestro, le manifestaba mi agradecimiento, éste, con una naturalidad envidiable me dijo: “Pedro, lo que no sabía tu padre era que A MI NO ME GUSTABA EL VINO”

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La Escuela



¿No crees, amigo, que ya va siendo hora de ir a la escuela?

Nosotros llamábamos “Los Grupos” al único Centro Escolar de Navas de San Juan que constaba, creo –no me hagas mucho caso-, de diez unidades, cinco de niños, en el primer piso, y cinco de niñas, en el segundo, que por entonces se llevaba eso de la enseñanza sexista… Se encontraba situado en las afueras del pueblo, en el mismo lugar en que hoy se hallan distintos centros escolares, teniendo que ascender al mismo entre las distintas eras y descampados, sin un camino o vereda definido, como no fuera por la Carretera de Villacarrillo… Para un niño pequeño en edad, en estatura y ciencia como lo era yo por entonces, -hoy tengo más edad, casi la misma estatura y un poco más de ciencia- , aquella travesía diaria era como ascender al Everest…(¿Se nota que soy andaluz?) Sobre todo en los duros inviernos en los que había que luchar con el terrible frío de aquellos años, incluidos hielos, nieves, lluvias, etc.

¿Cómo nos protegíamos del frio? Era normal que cada niño llevase a la escuela una gran lata, bien cargada de ascuas, que cada uno ponía debajo de su pupitre…A la hora del recreo ya no quedaba más que ceniza. Pero yo tenía mi pequeño truquito… bueno, yo no, sino mi madre, que cada día se levantaba muy temprano –como siempre lo hizo- y me hacía al horno dos o tres rechonchos boniatos, que ponía en los bolsillos de mi gabardina y que guardaban el calor como una estufa. Así yo estaba calentito toda la mañana y, en el recreo, daba buena cuenta de ellos. ¡Que buenos, Dios mío! Cuando algún día como boniatos asados no me saben como entonces, pero claro… ya tengo el aire acondicionado.

¿Quieres saber como era nuestra mesa de trabajo? Te dejo aquí una somera descripción y una foto, aunque en ésta que poseo faltan algunos de los elementos que aquí se describen:









“Una de las innovaciones pedagógicas más revolucionarias del siglo pasado fue, sin duda, el diseño integrado y modular de un pupitre y banco de madera para cada alumno, con su tintero incorporado, ranuras para depositar plumas y lápices, asiento abatible y apoyo para los libros y cuadernos. Esta tecnología se puede considerar como precursora de la moderna "estación de trabajo" (workstation) que ha sido concebida para la computadora de mesa (desktop computer). La comparación entre las dos tecnologías no deja de ser interesante. El banco/pupitre escolar tuvo una enorme aceptación en el mundo entero y se convirtió en el primer mueble diseñado expresamente para la educación. El diseño inicial se fue perfeccionando con el tiempo y llegó a incorporar algunos parámetros ergonómicos para mayor comodidad de una posición sentada prolongada, con curvaturas anatómicas para el respaldo y el asiento. Además se construyeron muebles de diferentes tamaños para diferentes edades. En suma, se creó una nueva tecnología que fue plenamente exitosa en su tiempo.”(De la web)
Así eran las mesitas de los pequeños...


Como me temo que este apartado escolar va a traer cola, te dejo para no cansarte y me voy a dormir, que ya es tarde, querido amigo.

martes, 16 de septiembre de 2008

Las cartillas del racionamiento



El año 1945 fue conocido como “el año del hambre”. Dije al comienzo que a mis cuatro años poco pude darme cuenta de aquella tragedia sufrida por la mayoría del pueblo español pasando hambre, indigencia, necesidad… Ni voy a entrar en valoraciones políticas o sociales, que cada uno cuenta la historia como le va… solamente apuntar lo que un niño pudo percibir y que, en la lejanía del tiempo, tiene su explicación.

En España faltaba de todo. La guerra había arrasado las ciudades, desmembrado a las familias, arruinado industrias, arrasado los campos y, para más inri, el bloqueo internacional. Así que una de las medidas fue racionar los alimentos básicos como el trigo, el pan, el aceite… confeccionando para ello unas cartillas con unos cupones en los que se asignaban a cada familia las cantidades correspondientes que, en la mayoría de los casos, resultaban insuficientes, pero, al menos, paliaban el problema. Yo era el encargado de recoger a diario el pan; en mi casa me entregaban el correspondiente cupón que yo canjeaba en la Panadería de “Estrellica”. Recuerdo aquel pan de color moreno, y cuyo mordida sabía un poco a paja… Cuando estaba en la panadería, los ojos se me salían de los “cuencos” contemplando aquellos pericones, pitisús, madalenas, etc… prohibitivos para la mayoría de los bolsillos. El contrapunto a aquel pan casi negro lo ponía un amigo de mi padre, sabioteño, al que llamaban “Enjuague”. Un tío simpatiquísimo del que yo recuerdo su pelo blanco y su ágil y amena conversación; a veces mi padre, hombre de pocas palabras, le decía en tono amistoso :”Cállate ya, que vamos a salir locos…” Pues bien, este hombre traía de Sabiote, su pueblo, unos panes blanquísimos, y que nos regalaba o canjeaba por otras cosas, que hay que hacer notar que por aquellos tiempos existía el extraperlo, un negocio que trabajaban los pobres para que se enriquecieran otros… vamos, como ahora los “camellos” solo que entonces se traficaba con alimentos…

Vienen a mi memoria unos cuantos pobres de solemnidad… pero el que más me quedó marcado fue uno llamado “Guatíbaro”, apodo del que desconozco su significado y si lo menciono es porque algunas personas mayores se acordarán mejor de él que si digo su nombre de pila. Era tanta el hambre que pasaba este hombre que un día estaba apoyado en una pared de la casa del tío Abilio, por cuya fachada bajaban unos grandes canalones metálicos, que terminaban en una gran boca. Alguien que pasaba por allí, se atrevió a preguntarle:”¿Qué haces ahí, al lado del canalón, Gautibaro?” –Pues mira, hombre –respondió nuestro personaje-, estoy esperando a ver si cae una lluvia de “ajuarina” para poner mi boca en la del canalón y hartarme de comer”.

Cuentan que nuestro amigo Guatíbaro hacía guardia todas las noches en la puerta de la Peña, esperando que salieran aquellas personas que se jugaban la pasta… Una de ellas tenía la costumbre de darle a diario una peseta, que el hombre agradecía con mil reverencias y bendiciones. Una noche, esta persona dijo a Guatíbaro: -“Lo siento, hombre, esta noche me han dejado sin blanca, me lo han ganado todo… no te puedo dar nada” A lo que nuestro personaje, altamente indignado, expetó: “¡¡Don Francisco, y a usted quién le manda jugarse mi dinero!!”

lunes, 15 de septiembre de 2008

Mi casa

Mi casa

Cuando ya llevo unos pocos capítulos, querido amigo, me está entrando algo de miedo. ¿Realmente interesa lo que cuento? ¿Seré capaz de perseverar, virtud que en mí brilla por su ausencia? Seguro que si tú me lo pides me darás fuerzas, y si esto que escribo tiene poca importancia, dímelo tambien…

Estoy narrando mi infancia hasta los once años, en que cambié de domicilio… Y todavía no te he hablado de mi casa. Te la voy a describir y así te haces una idea de cómo eran las casas por aquellos años.

Mis padres y mis hermanos tenían un bar, que ocupaba las dos primeras estancias de la casa. Al entrar, un rústico mostrador de madera a cuya espalda se situaban unas pocas botellas de licor; recuerdo que no faltaban, al menos, una unidad de Marie Brizard, Calisay, algunas marcas de coñac, varias de anis –era lo que más se tomaba antes de marcharse los obreros al campo-, entre las que sobresalía el Anís del Mono, Las Cadenas -¡que buenas eran éstas para acompañar los villancicos, pasando algún objeto metálico sobre su relieve lateral de cuadraditos!-; no faltaba el anís Romar, que se fabricaba en Linares, El Machaquito, etc… Delante del mostrador, dos o tres veladores redondos, de mármol…

A la derecha, una sala con unas mesas rectangulares de mármol, siempre resplandeciente, en la que se “ligaba”(*) a mediodia y a la noche, y que se usaban en las tardes de siesta para los juegos de cartas y dominó, principalmente. Algún “intelectual” pedía el ajedrez, juego que a mis pocos años llegó a engancharme más que una “Play Station”-¿se escribe así?- a un niño actual. Llegué a ser un buen jugador y, perdona mi inmodestia, a alguno de aquellos “sesudos” jugadores, les dí más de un susto en las ocasiones en las que no había nadie para jugar y me ofrecía yo como contrincante…

Un pasillo central nos conducía a la vivienda familiar propiamente dicha. A la izquierda se situaban tres habitaciones seguidas, de paso, a modo de vagones de tren, siendo la primera una especie de salita, la segunda un dormitorio, con una cama, y la tercera, que daba al patio, con dos camas, utilizándose también como cuarto de costura. En estas habitaciones dormían las chicas y, sin ruborizarme un ápice, también yo, cuya compañía, en invierno era disputaba por todas mis hermanas, por el calorcito que les proporcionaba…¡En verano me echaban a las cámaras, con mis hermanos! A la derecha, una habitación de paso, con una mesa redonda, que servía de comedor, con una alacena en un lateral, y, al fondo, las escaleras, que daban acceso a la planta superior. Más al fondo estaba la cocina, en la que, casi siempre, se encontraba mi madre, sartén en mano, preparando las tapas para el bar. Al fondo, un gran patio en el que había una gran cuadra. A su lado un retrete con aquel “saneamiento” típico de la época, es decir, una olla sin culo, que comunicaba con una mina o pozo ciego, que de tanto no me acuerdo.

Y “las cámaras”… la escalera desembocaba en una oscura y lúgubre estancia, llena de trastos, de cajas, que producían ruidos misteriosos al atravesarla. Cuando no tenía más remedio que pasar por allí, tenía más miedo que una legión de viejas, y procuraba hacerlo lo más rápido que me permitían mis piernas. En un plano ligeramente superior se encontraban tres estancias, que daban a la calle y en las que dormían mis hermanos, y como he hecho notar antes, tambíen yo, cuando perdía la condición de brasero invernal…

Hay un detalle que no puedo pasar por alto y que da idea de lo que significaba la vecindad y la amistad en aquellas fechas… Más arriba de mi casa estaba la Barbería de Álvarez –hoy churrería de un nieto del padre -¿Francisquito? Pues bien, dos habitaciones de ambas casas se comunicaban por un pequeño ventanuco, cerrado por una puertecita de madera, que quedaba a la altura de los ojos, y por el que mi madre y Mariquita, la mujer del barbero, se echaban sus charlitas y se pedían aquello que necesitaban, sin necesidad de salir a la calle. “¡Mercedes!, que hoy no me han puesto las gallinas, ¿me prestas media docena de huevos?”

Amigo, gracias por aguantarme el rollito…

(*) “ligar”, en lenguaje navero, significa tomar el aperitivo con los amigos en el bar. Se solía pagar las consumiciones a medias.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Más plaza


Perdóname si me pongo pesado con tanta plaza de abajo, pero, como ya te dije, en mis primeros años de vida, es lo que más tenía a mano y también más a mano me tenían mis progenitores. Procuraré terminar hoy, aunque me temo que no voy a tener más remedio que pasar por ella más de una vez…
Te contaré lo que aquellos ojillos de mi infancia veían alrededor de la plaza.
Ciego estaría si la iglesia no estuviera en el primer lugar de mis recuerdos. Bodas, entierros, fiestas, las campanas… La Virgen, que llegaba al pueblo cada 3 de Mayo y que llenaba de aplausos, de vítores, de lágrimas, una plaza que se quedaba pequeña. La procesión de San Juan Bautista, cuya marcha procesional era sustituída por pasodobles toreros. Al entrar a la iglesia, siempre me daba mucho miedo el coro, tan oscuro y lúgubre, y aquellas escaleras que conducían a la torre y que nunca me dejaban escalar, porque “eso no es cosa de niños”…

A la derecha, estaba –y continúa estando-la casa de las Azpiras –Encarnacíón y Dolores-. Todavía las recuerdo, siempre vestidas de negro, yendo a la iglesia con aquellos velos que cubrían la cabeza… Pertenecían a la clase alta de Navas.

Seguía la casa de mi amiga Tere, bueno, de sus padres, o de su abuelo, “el tio conejo” que tanto respeto me imponía porque siempre lo veía en la cancela de la casa, sentado en silla de anea , con una garrota en la mano, sobre cuya curvatura apoyaba su barbilla y se te quedaba mirando con cara –creía yo- de pocos amigos.

En un cuartito de esta casa, existía una pequeñísima taberna que estaba a cargo de Tomás. Había que consumir de pie, pues no cabía ni una silla; eso sí, creo recordar que las tapas eran muy buenas.

Terminando la acera, y ya en la esquina al paseo, la carnicería de Fernando.

En el segundo lado del cuadrado que forma la plaza, se encotraba una de las dos farmacias conque contaba el pueblo, regentada por Dª Encarnación Azpiroz. Recuerdo a su mancebo de toda la vida, Pepe “el gafas”, del que, seguramente más adelante saldrá alguna que otra anécdota. A su lado, La Peña. Con toda seguridad que le dedicaré un apartado completo en este blog, por lo que no me voy a extender.

El tercer lado estaba compuesto, principalmente, por el Bar de José, el kiosco de “La pajarilla” y la churrería, a los que también me referiré más adelante. Y ahora, para no cansarte, te dejo por unas horas…

sábado, 13 de septiembre de 2008

La plaza de abajo (II)

Durante el día, la plaza se convertía en el lugar de juego de los chavales. Era sucesivamente un desierto de Arizona, en el que indios y vaqueros se batían a sopapo limpio, una plaza de toros, un coliseo romano, un amplio salón en donde los espadachines se batían… A veces, un montón de arena o un hoyo en la tierra servía de excusa para jugar al “cuquín”, juego que consistía en clavar un palo de madera o bien un largo clavo de hierro en un círculo que anteriormente se roturaba. El objetivo era clavar el “cuquín” en su interior, perdiendo aquellos que no lo lograban o cuyo cuquín era derribado por otros jugadores. Como en aquellos tiempos no existía el agua a mano y el terreno había de estar húmedo, para que los cuquines se hincaran fácilmente, ¿a que no te figuras lo que hacíamos? Creo que sí… Nos situábamos alrededor de aquel trocito de tierra y lo regábamos con nuestra orina… ¡Puafff!, es un poco guarrote, pero resultaba efectivo.

Los domingos era costumbre que la banda de música del pueblo, bajo la dirección del Maestro Mota – creo que por entonces era Juan José, que vivía enfrente de mi casa…- Los músicos formaban un circulo en el centro de la plaza interpretando diversas piezas musicales, generalmente pasodobles. El personal bailaba en la acera y calles aledañas y los chavales, ¡ay!, dábamos vueltas corriendo alrededor del corro de músicos, formando una gran algarabía, hasta que alguno de los guardias municipales, porra en mano, nos invitaba a “disolvernos” pacíficamente. Cosa curiosa es que recuerdo mi primer baile con una chica… Tendría yo unos tres añitos cuando, ante el regocijo de los presentes, por lo cómico del espectáculo, Mari -que tendría mi misma edad – y yo, dábamos vueltas y vueltas hasta que caímos mareados al suelo, tronchados de la risa.

Los más enamorados de la música, solíamos colocarnos al lado de los intérpretes más famosos, que para nosotros eran auténticos ídolos; así considerábamos a Antonio Mota, con su trompeta; a Amadeo con su clarinete, pero sobre todo nos encantaba ponernos junto a ¿El Pili?, que tocaba el bombardino, siendo éste casi de mayor envergadura que el intérprete. El momento culminante de cada concierto lo ponía el pasodoble “El mundo”, en el que Pucheta, con su saxofón, bordaba el “sólo”de esta pieza musical. Pero claro, a nosotros lo que nos gustaba observar era el tiempo que permanecía en aquellas notas, sin respirar. Cuando a punto de la asfixia nuestro amigo Pucheta, rojo como un pavo, terminaba su actuación, la plaza entera era un clamor de aplausos y vítores para este héroe del pentagrama.

“La plaza...testigo mudo de cuitas y secretos. Ah!, si la plaza hablara! Si contase lo que sabe!...Sabia como el tiempo, callada como una madre paciente...¡ Cuánto ha sufrido la pobre! ¡ Qué diferente a la plaza en que jugaba de niño, con aquellos agrietados bancos de madera, cobijo de ancianos y enamorados, castillos de la chiquillería, burladeros de verónicas de ensueño...La "tía" Política la ha ido cambiando a través de los tiempos, según la bandera que ondeaba...Ya no están tus acacias, con aquellas bolitas, que los padres nos decían que eran veneno....Ahora están estas plantas, omnipresentes en cualquier jardín moderno: pero ya no están tus acacias y su sombra...

Plaza de la Iglesia, la "plaza de abajo". Lugar neurálgico del pueblo. Sitio de encuentro de los habitantes de Navas. Corrillos, tertulias, ...había que estar aquí para estar bien informado. En esa modernizada plaza, La Iglesia. Construida junto a una vieja capilla, perteneciente a los Condes de Santisteban, cuando Navas de San Juan dependía de este pueblo vecino. Es un sencillo templo pero que, sin embargo, tiene dos características importantes: El tener una torre octogonal y la de haber contado como arquitecto al gran Vandelvira – o discípulo de éste, según algunos -, autor de grandes obras en la provincia de Jaén, entre las cuales se encuentra la Catedral de Jaén.”

(De mi página web sobre mi pueblo, Navas de San Juan: http://www.pherpi.com/lasnavas/

viernes, 12 de septiembre de 2008

La plaza de abajo

LA PLAZA DE ABAJO

Una de las cosas buenas que tuvo mi primera infancia es que no fui consciente de aquellos tiempos que le tocó vivir a España. Por un lado se salía de una sangrienta guerra civil, por otro estaba a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial. Nuestra nación padecía el aislamiento internacional acordado por la ONU a causa del régimen dictatorial instaurado después de la contienda. Consecuencia inevitable los famosos "años del hambre".Mis recuerdos, como es natural, son débiles pero procuraré relatarte lo más fielmente posible aquello que viene a mi mente y lo que otros me han contado.Permanece aún en mi memoria el lugar de la "plaza de abajo", muy cercano a mi domicilio y en la que solía jugar siempre que me podía escapar de la vigilancia de mis mayores. Yo estaba en período de lactancia que, por lo que me cuentan, se debió prolongar hasta los cuatro o cinco años. ¡Jesús! ¿tanto tiempo chupando de la teta? (perdón). Tengo que recordarte, si es que no te lo he mencionado antes, que mis padres tenían un pequeño bar, cuyos clientes eran testigos de todo lo que ocurría en él, por lo que, cuando observaban que el niño venía directamente de la calle a solicitar de su madre la ración de alimento lácteo, el comentario repetido y unánime era éste: "-¡Mercedes, a ver cuando le quitas ya la teta al nene, que está a punto de irse a la mili!" Inmediatamente yo replicaba indignado:"¡Al nene no se le quita la teta!".Aquella plaza, con un piso prensado de tierra y piedras, de forma rectangular, estaba flanqueada por frondosos árboles a cuya sombra se disponían unos sencillos bancos con armadura de hierro y asiento y espaldar de madera, pintados de verde y ya grieteados por la exposición al duro sol y a las inclemencias del tiempo, pero que no había guapo que los rompiera. Eran cobijo de personas de todas las edades pero que a nosotros los niños se nos figuraban burladeros en nuestros juegos a los encierros, parapetos para resguardarnos del ataque de los indios, resguardo en el juego del pillar, etc... Más tarde serían testigos de nuestras confidencias a los amigos, a la novia...La plaza de abajo se llenaba de atracciones en las fiestas de Mayo y Junio, con aquellas "cunicas" rudimentarias y aquel tiovivo del "Pepón", personaje singular sin parangón. El solito "se lo hacía todo" pues era la fuente de energía, la música, el animador... Los chavales voluntarios que no podían pagarse unas vueltas en el tiovivo, tendrían que empujar para que éste funcionara, siendo el premio, después de cierto tiempo de trabajo, el poder montarse en aquel rudimentario artilugio. Acompañaba el amigo José, que así se llamaba el Pepón, sus cancioncillas con un estruendoso tambor, siendo una de las más repetidas aquella en la que preguntaba a los niños:"¿Queréis más?", a lo que los chavales respondían con un explosivo y chirriante: "Siiiiiiii", siguiendo el tiovivo dando vueltas. Al poco, cambiaba la frase, de manera que los niños no se daban cuenta de ello..."¿Queréis mear?"...."¡¡¡¡Siiiii!!!!", respondiendo a renglón seguido nuestro personaje: " A mear, a las eras", parando entonces el tiovivo.

Mi nacimiento


HOLA, HE NACIDO

¿Cómo fue mi nacimiento? Bueno, algunos pensaréis que alucino...-Pues habrás nacido como todo el mundo, ¿no?-Pues sí... y no. -Veréis...Las viperinas y malas lenguas de mi pueblo -más bien diría yo que exageradas- decían que mi madre, en la noche de mi nacimiento no sabía ni que estaba embarazada, que así debía ser yo de pequeño en su matriz, y que en la madrugada se despertó con ganas de hacer aguas menores y, en lugar de salir éstas, salí yo dándome un soberano cabezado en el orinal, rompiendo a llorar sin necesidad del azote clínico... Dijeron que mi madre se sorprendió al verme, puesto que no me esperaba, pero que al instante soltó el socorrido:" No importa: donde comen seis, bien pueden comer siete". Ya es tener fe en la plenitud de los años del hambre...Las buenas lenguas piensan que mi madre se sintió mal aquella noche y que lo que sucedió es que no dio tiempo a que llegara ni el médico, ni la matrona -comadrona- y que fue alguna vecina la que hizo de uno y otra...Esto es más normal, ¿verdad? Mi madre nunca me lo contó, pero si mis hermanas que se inclinaban más por la primera versión. ¿Será cierto que nací en un orinal? Pues le he quitado el puesto a Nuestro Señor, que nació en un pesebre... ¡Jolín!Lo que sí es seguro es que nací, pues aquí me tenéis casi en la tercera edad, recordando cosas tan curiosas como éstas.Antes de seguir con mis recuerdos, os dejaré una foto de mi infancia. Si no tengo otra es porque en aquellos tiempos no existían las digitales, ni las "reflex", sino tan sólo los fotomatones que venían al pueblo por las fiestas. Se ve que mis padres no consideraron importante el perpetuarme como bebé... En ésta tendría yo unos once años... y ya mi domicilio estaba en la Calle Duquesa de la Victoria, 4, actual Estanco de Julían Lombardo...

Mi blog

MI BLOG

¡Qué ilusión! Hoy inauguro mi "Blog" con la esperanza de ser constante para ir contando cosas de mi vida, tanto pasada como actual. Con la esperanza e ilusión de compartir todo esto con algunas personas, aunque sea sólo sea una... Con la esperanza de que no me voy a cansar, de que todo este esfuerzo, aunque no sea para sudar, sirva para algo... Querría comenzar con mis recuerdos más antiguos, los que vayan surgiendo, ya empolvados por el paso del tiempo, ya rancios por haber estado expuestos y manoseados por mil veces contados a los amigos, a los seres queridos... ¿Y sabéis? Me gustaría empezar este blog como un cuento, asi..."Había una vez una familia humilde y casi pobre, que vivia en la Calle Lorite, nº 3, de un pueblecito de la provincia de Jaén: Navas de San Juan. Pedro y Mercedes tenían ya 6 hijos :Dolores, Diego, Encarna, Antonio, Josefa y Felipa. Corrían por España los tiempos de la postguerra civil -año 1941-, y estábamos plenamenente inmersos en los llamados "años del hambre"... bueno, "estábamos" no, porque yo no había nacido aún -solo quedan unas horas, paciencia- ...."Vale, -como se dice ahora-, ya está empezado. Ahora voy a pensar bien el momento de mi nacimiento y seguidamente os lo cuento. Esperadme.