miércoles, 28 de enero de 2009


La rutina

Uno de los peores vicios en que puede caer un profesor es el de la rutina; ese creer que ya se sabe todo, que no hace falta preparar el tema, que no vale la pena buscar nuevas formas, que no hace falta tener en cuenta el nivel de la clase…

Recuerdo de mis tiempos de estudiante una anécdota vivida en una clase de matemáticas. Fue en una academia que preparaba a alumnos de bachillerato, que luego habrían de examinarse por libre. Impartía la clase un maestro que no debía conocer bien el tema o no se había preparado lo suficiente, o su orgullo era tan alto que no quiso ponerse a la altura del alumno.

Se hablaba aquella tarde del triángulo, concretamente del trazado de la “paralela media”. El amigo, -gran estudiante y gran persona-, que le tocó desarrollar el tema en la pizarra dijo, más o menos,… “Si se traza una paralela B´C´ a un lado de cualquier triangulo ABC se forma otro triángulo AB´C´ que…”
¡No pudo terminar la frase ni la explicación! , porque inmediatamente fue interrumpido por el profesor:
- ¡Ahí no existen dos triángulos! Usted sólo tiene un triángulo y la recta que acaba de dibujar.
- Pero, Don José, la recta que acabo de dibujar, hace que se forme un triángulo más pequeño, dentro del anterior y que es semejante a él…
- ¿Usted pretende darme lecciones a mi? – expetó el profesor- Si usted quiere que haya dos triángulos deberá dibujar el segundo aparte. ¡Entonces si que hay dos!
- Pero mire usted…

Y así continuó una discusión en la que el alumno terminó por llorar, ante la impotencia de hacer ver al profesor que estaba equivocado.

Maestro, tú no tienes la verdad absoluta. Tu eres más sabio cuando rectificas que cuando impones un criterio equivocado. Crees que los alumnos te van a respetar menos si tienes que reconocer, de vez en cuando, un error. Siempre he sido muy despistado, pero esto lo sabían mis alumnos que ya llegaban a rectificarme sin ningún miedo, con una sonrisa, sin malicia, porque ellos valoran más la sinceridad que otra cosa.Maestro, tú que empezaste con una gran ilusión, no te hagas nunca viejo. Renuévate si hace falta, no permitas que la maldita rutina se meta en tus métodos y procedimientos, porque eso te arruinará como profesor y como hombre.

martes, 27 de enero de 2009

LOS DEFECTOS DE LOS PROFESORES

Los defectos de los profesores

Te he hablado mucho, querido amigo, de mi vida profesional, de la relación entre maestro y alumno, del alumno en particular, pero quizá me ha faltado hablarte concretamente de los fallos de los maestros, de sus faltas y descuidos, de sus rutinas, de sus manías... Me dirás que algo sí que has leído pero yo estimo que ha sido de pasada. Ahora quiero concretarte algo más.
He pasado por todo tipo de escuelas en las que las clases –me refiero a la estancia material- han sido de lo más variopintas. En todas ellas noté un considerable descuido tanto en su conservación, como habitáculo decente, en el que tienen que pasar muchas horas del día niños y profesores, como en el respeto y cuidado que unos y otros habían de procurar. Los colegios y escuelas pobres, muy pobres, siempre pueden estar limpios, muy limpios, como los hogares. Cuando he observado que un alumno ha tirado un papel al suelo o ha tratado mal el mobiliario, o ha ensuciado su mesa con el lápiz, siempre le he dicho la misma frase:”¿En tu casa lo harías?”

Os aseguro, queridos compañeros –si es que alguno me lee, aunque esto también sirve para los padres- que se puede conseguir que las mesas de los niños estén limpias. Sólo hay que proponérselo. Todo depende de lo aseados que seamos y de la importancia que demos a la limpieza. Si no habéis logrado que los niños sientan las cosas de la escuela como suyas, vuestra clase nunca se parecerá a su propia casa.

¿Y cómo se pueden sentir las cosas de la clase, del colegio en general, si todo respira abandono y suciedad? Yo te aseguro que si tú individualmente te preocupas de tu propia clase y cooperas para limpiar y ordenar el resto, tu clase y tu colegio cada vez se parecerá más a un hogar.

Un maestro limpio y ordenado hará que su clase sea limpia y ordenada. Y para desdramatizar un poco el tema te propongo la reflexión de los apodos o motes de los profesores que pasaron por tu vida. ¿A que muchos de ellos responden a su falta de orden o de limpieza? Te daré solo unos cuantos, para que vayas haciendo memoria:
-El pelotillas (por hurgarse continuamente en donde la espalda pierde su nombre)
-Mocobit (Por estar haciendo “píldoras” con frecuencia).
-El pistolas (Por señalar con el índice a modo de revólver)
-La bruja (Por su falta de cuidado en el pelo)
-La pulga asesina (Por su mal carácter..)
- etc,
Sigue tú, querido amigo.

jueves, 22 de enero de 2009

RELACIÓN PROFESOR-ALUMNO


Relación profesor-alumno
Siempre he tenido muy claro que para desarrollar mi trabajo en la escuela, la relación profesor-alumno debería desterrar desde el primer momento la figura del “profesor-ogro”, del “profesor-hueso”, del “profesor-duro”, etc; que esta relación debería ser distendida, alegre, que hiciera olvidar al alumno las, a veces, dificultades de la asignatura, depositando en el profesor su confianza para vencerlas.
La táctica fue para mí, en un principio, siempre un poco teatral, gastando pequeñas bromas personalmente o al conjunto de la clase. Si tenía que dirigirme en serio para cualquier observación, en medio de la seriedad, siempre metía unas “morcillas” para desdramatizar el momento. Les decía, por ejemplo, que debían ser “buenas persianas” –por buenas personas- arrancando así sus sonrisas y ganándome su confianza. A veces, cuando me encuentro con algún antiguo alumno, me suelen comentar que “con usted nos lo pasábamos muy bien”, y a lo mejor me lo está diciendo un médico, un ingeniero, o un buen profesional… y no me da pena que me recuerden por eso. Pienso que ya es bastante dura una larga escolaridad como, para encima, hacérsela más difícil y complicada.
Opino, y no por esto creo estar en posesión de la verdad absoluta, que la relación de la que hablamos ha de ser más cercana a la de un buen padre que a la de un serio profesor. Los seres humanos estamos más inclinados al amor que al odio; más receptivos a un premio que a un castigo; más próximos al calor que al frío; más cerca de la actuación por convicción que por autoritarismo.
Recuerdo un ejemplo leído hace muchos años –escrito por J.Urteaga en uno de sus libros- que no me resisto a contarte, aunque te pido perdón por alargar un poco este spot de hoy. Tú, querido amigo que me lees, me sabrás perdonar.
“Has llegado del trabajo con un «buenas tardes” que suena a tormenta. El pequeñín de la casa te está espiando. A través de los titulares negros del periódico, con el que te ocultas, el pequeño adivina la cara de siempre. Él, en cambio, está contento. Desde que ha vuelto del colegio te está esperando para contarte la hazaña de esta tarde. ¡Si le hubieses visto ! Qué aplausos ha recibido de sus compañeros! ¡ Nadie lo hubiera podido hacer mejor! No tiene muy sujeta la imaginación. —De algo debe haberse enterado mi padre en la calle. Es muy posible, porque hasta mis compañeros venían comentándolo. ¿Será posible que lo sepa, y que esté disimulando? Pero tal vez no lo sepa, porque ha hecho lo de todos los días, entrar y coger el periódico. ¡Qué rabia! ¿Por qué no me dirá nada?
Y el chico ha decidido intervenir con un: ¡hum! Ha carraspeado mirando a un cuadro que está en el extremo opuesto al sillón donde se sienta su padre. Suavemente ha vuelto sus ojos sonrientes, pero... su padre sigue encerrado tras la puerta de papel de periódico.
—¿Y si llamara a la puerta? —y con el índice ha golpeado en las letras, con suavidad. Efectivamente la puerta se ha abierto. Pero su padre ha dicho: ¡Hola!, y la ha vuelto a cerrar. — ¿Sabes, papá, lo que he hecho esta tarde en el colegio? —ha gritado el chiquillo.
Y cuando ha comenzado a contar su hazaña con mucho movimiento de manos y pies, su padre le ha cortado sin interrumpir la lectura:
-¡No grites, que ya te oigo!
Y se ha hecho el silencio.
Si en ese momento el padre hubiera mirado a los ojos de su hijo, se hubiera enterado de lo que decían: ”¡No me oyes, no me oyes! Prefieres las letras gordas de papel a mi triunfo en el colegio!”
Y lentamente, sin dejar de mirar a su enemigo —el papel—, se ha retirado de espaldas hasta que ha alcanzado la puerta de su cuarto de juegos.
El chiquillo no es vengativo y olvidará pronto el desprecio de esta noche. Pero si los desaires se repiten con frecuencia, no pidáis al chico que os tenga al corriente de sus incidencias deportivas, ni mucho menos de las pequeñas curiosidades que, desde hace algún tiempo, intrigan en su imaginación. “

jueves, 15 de enero de 2009

JUAN ERA UN ALUMNO ENCANTADOR



Siempre con la sonrisa en los labios, muy cariñoso, amable, servicial… Parecía feliz ayudando a los demás, sintiéndose útil, siempre dispuesto a cualquier tarea que se le encomendara. Pero de Juan me preocupaba una enormidad el considerable atraso en su escolaridad. Primero lo achaqué a algún abandono anterior, a cualquier enfermedad que hubiera padecido y que le privó de asistencia durante algún tiempo a las clases… Tenía una bonita letra, pero una pésima ortografía y casi nulo en conceptos… Los trabajos los presentaba limpios, pulcros, cuidados, con muchas ilustraciones y dibujos, como si quisiera compensar con esto la falta de profundidad de su trabajo.
Tardé en darme cuenta de que Juan no disponía de aptitudes para el estudio al tiempo que iba notando que estaba especialmente dotado para el dibujo, la composición artística… por lo que, llegado a esta conclusión, y como siempre actuaba en estos casos, llamé a los padres para comunicarles mi descubrimiento. La frase utilizada por aquellos entonces era “su hijo no vale para los estudios, pero…”, y a continuación de los puntos suspensivos siempre añadía aquella actividad para lo que yo creía dotado al alumno.
Dije a aquellos padres que Juan podría llegar a ser un gran dibujante, que podría trabajar en alguna actividad relacionada con el dibujo. Muy resignados, porque no se figuraban a su hijo “ganándose la vida dibujando monigotes”, aceptaron de buen grado mis recomendaciones de que estimularan al chico en todo lo relacionado con el dibujo.
Dejé aquella escuela y, al cabo de los años, volví para visitar a mis ex alumnos y amigos. Al preguntar por Juan me dijeron que su familia se había trasladado a Valencia y que el chico estaba trabajando en una fábrica de cerámica en la ciudad de Manises, como dibujante. Tomé su dirección y en cuanto pude fui a visitarle. Juan se había transformado en un un apuesto joven y me contó cómo le iba… Me dijo que entró dibujando cerámica, pero que, al poco tiempo le habían ascendido a jefe de taller, por lo bien que realizaba su trabajo. Estaba ocupando un puesto de responsabilidad aquel niño al que le costaba hacer una resta “llevando”.
Lo de menos fue el que, tanto él como la familia, me mostrara su agradecimiento por los consejos que en otro tiempo les dí; fue mucho más el ver la importancia de descubrir en cada alumno sus capacidades y tratar de orientarle lo antes posible.

viernes, 9 de enero de 2009

HA LLEGADO UN ÁNGEL

Ha llegado un ángel

Corrían los últimos años de la década de los 60. Como cada día a las nueve de la mañana, en aquella escuelita a orillas del río Guadalimar, cuyo frescor y aroma tanto nos regalaba en los cálidos días del estío, me disponía a comenzar el duro trabajo de una escuela unitaria, cuando vi aparecer a un hombre curtido por el sol, con un niño de unos seis años en brazos. Al principio me extrañé, pues aquel chico, por mucho miedo que tuviera a su primer día de colegio, no era motivo para su padre lo llevara cargado.
- Aquí le traigo al Ángel, Don Pedro. Tendrá que tener paciencia con él pues, como ve usted, no puede andar; pero no se preocupe, es muy bueno y obediente. ¡Cuánto le voy a agradecer que me lo enseñe!
El resto de mis alumnos le hacían señas para llamar la atención de aquel niño que de sobra conocían:
-¡Ángel!, ¡Ángel!, siéntate aquí, a mi lado.¡Ven!
Al pequeño Ángel se le caía la cara de miedo, de vergüenza, casi se me arranca a llorar cuando el padre se marchó. Me acerqué a él, y lo acomodé al lado de aquél alumno que él mismo, con su mirada, había elegido. Cuando lo llevaba en brazos, en aquel corto trayecto, le dije al oído para que ninguno de los demás niños lo oyera:
-Ángel, tio grande, desde hoy eres mi alumno preferido y juntos nos vamos a divertir muchísimo.
Aquel niño lisiado me esbozó la primera sonrisa y comenzamos nuestra especial aventura.
Aparte de la enfermedad que le impedía caminar, el niño sufría una tremenda dislexia, y una tartamudez pronunciada, lo que le dificultaba enormente el aprendizaje. Pero Ángel era muy inteligente y, sobre todo muy trabajador, por lo que poco a poco fue avanzando en todos los órdenes. Uno de mis objetivos fue el de que no se sintiera distinto a los demás, el inculcarle que tarde o temprano, su enfermedad sería vencida y podría correr y hacer lo mismo que sus compañeros.
Jugaba de portero, en los partidillos del recreo, arrastrando sus miembros, con una agilidad prodigiosa.
Un día lo vi llegar con un aparatoso artilugio de hierro, que le mantenía las piernas separadas y con el que podía andar realizando un vaivén con las mismas. (Si me lees, amigo José María, tú que eres traumatólogo, me dirás de qué hablo, porque no recuerdo ahora mismo este mal). Lo cierto es que de portero, paso a ser defensa; de tener que ir a todos sitios a cuestas de alguien, a valerse por sus propios medios… Todo conseguido a base de su propia constancia, la de sus padres y la ayuda que entre todos le dábamos. ¡Nunca fue señalado, ni apartado, ni rechazado por su enfermedad! Al contrario, todos le queríamos mucho y es que Ángel hacía honor a su nombre y devolvía el doble del cariño que recibía.
Tuve que abandonar aquella escuelita, después de varios años en los que vi el desarrollo de aquella terrible enfermedad. Como se suele decir no daba “dos duros” por aquel jovencito… Pasados varios años volví por aquellos parajes para visitar a un familiar y, enseguida, mi sobrina me dijo:
-Tío, ¿te acuerdas de Ángel?
-¿Aquel niño que no podía andar? –le contesté.
- Sí, vive aquí al lado… se ha casado y tiene un niño precioso. Espera que le llame, se va a alegrar un montón.
Al rato apareció un joven apuesto, alto, moviéndose con toda soltura, que me dio un gran abrazo al tiempo que me decía:
- “Usted me enseñó que todo se puede alcanzar con el esfuerzo”, a lo que yo contesté:
- “Tú me enseñaste que también hay ángeles que en lugar de volar, se arrastran por el suelo sin perder la sonrisa.

sábado, 3 de enero de 2009

EL AMOR DE LOS GITANILLOS



El amor de los gitanillos

“¿Queréis saber de verdad lo que es cariño? Entonces vais a tener que aprender lo que es el amor. Y nos lo van a enseñar unos gitanillos. La historia que te contaré sirve igualmente para los hijos y para los padres. Todos necesitamos que nos recuerden lo que es amar. Esta vez nos lo van a decir unos churumbeles.

¡Mira!, ¡Ven!, ¡esa es Puerta Elvira, con sus trece almenas! ¡Pasa por ella y tuerce a la derecha! Es el mismo escenario de entonces, lleno de luz. Todo el sol de Andalucía caía por la cuesta de Alhacaba, la cuesta que sube al barrio del Albayzín de Granada.
Aquí, por la izquierda, corría este mismo regato, la misma agua. ¡Mira más arriba! De ahí, de la derecha, de ese mismo Carmen, salieron los dos gitanillos panzudos, protagonistas de este cuento, hecho carne por el amor de los chiquillos.

El más pequeño, muy contento, daba palmadas. Su pelo, ensortijado, caracolillo, le caía sobre la frente. La camisa al aire; no le cubriría más de palmo y medio. Era casi negro, un negro tirando a gris-polvo de carretera.Los pies, descalzos, sobre los guijos del camino. ¿Qué tendría? ¡No más de cinco años! El mayor si alcanzaría los diez.
Con la indumentaria de los hermanos gitanos se hubiera podido cubrir uno por completo. El pequeño llevaba media camisa; el mayor, un pantalón, que sujetaba con un tirante en forma de bandolera sobre la carne negra, de color madera denegrida.
El pequeño danzaba alrededor del mayor. Éste, el de diez años, salía despacio del Carmen de la derecha, con aire procesional, llevando sobre las manos un bote de leche blanca.
Y aquí comenzó el diálogo.

- ¡Siéntate! ¡Primero beberé yo, y después lo harás tú!

¡Si les hubiérais oído! Lo decía con aire de emperador. El chiquillo le miraba con sus dientes blancos, la boca entreabierta, jugando con la punta de la lengua.

Y yo, como un bobo, contemplando la escena.

¡Si vierais al mayor mirando de reojo al churumbel!

Llevó el bote a la boca y, haciendo ademán de beber, cerró fuertemente los labios, para que no entrara en su boca ni una gota de leche blanca.
Después, alargando el bote, decía a su hermano:
- Ahora te toca a ti ¡Sólo un poco!
Y el hermanito pequeño dio un sorbo. ¡Qué sorbo!
- ¡Ahora me toca otra vez a mí! Y repitió la escena, completamente ajeno a mis miradas bobaliconas. Llevó el bote –ya mediado- a la boca, que mantenía cerrada.
- ¡Ahora te toca a ti!
- ¡Ahora me toca a mí!
- ¡Ahora a ti!
- ¡Ahora a mí!

Y con tres, cuatro, cinco, seis sorbos, el churumbel de pelo ensortijado, panzudo, con la camisa al aire, terminó el bote.

El “ahora a ti” y “ahora a mí” me llenaron los ojos de lágrimas.

Entre risas gitanas de fondo, comencé a subir la cuesta de Alhacaba, llena de gitanillos. Mediada la cuesta, volví la cabeza. Tuve ganas de bajar y guardar el bote. ¡Aquello era un tesoro! Pero, ¡ca!,ni siquiera pude intentarlo. Entre borricos cargados de botijos corrían diez churumbeles detrás del bote, dando patadas. El bote saltaba entre los pies negros, descalzos, sucios, de color gris-polvo de carretera. También el generoso jugaba entre ellos, con la naturalidad de quien no ha hecho nada extraordinario, o -¡mejor!- con la naturalidad de quien está acostumbrado a hacer cosas extraordinarias.
(…)
El amor no conoce el tiempo como para detenerse a calcular, en medir, en comparar quién es el que da más.”
En fin, amigo, el capítulo es más extenso y ya sabemos que aquí no podemos extendernos mucho. Este texto está sacado de un viejo libro que leí por primera vez en mi juventud ( “Dios y los hijos”, de Jesús Urteaga -1960. Editorial Rialp”). Todavía se puede encontrar en las librerías. Si tienes interés en educar a tus hijos en las virtudes humanas, te vendrá muy bien su lectura.

jueves, 1 de enero de 2009

RIFIFI Y SUS HERMANOS


Rififí y sus hermanos…

Eran varios hermanos, desde el más pequeño que asistía al parvulario hasta una hermana mayor que tendría sus doce años. Asistian a otro colegio , pero venían al mío al comedor escolar, aprovechando una beca concedida por el Ayuntamiento. Si había cosas con las que podías disfrutar era ésta de ver comer a estos chavales, con ese apetito tan envidiable. Se gozaba simplemente mirando sus caritas de alegría por aquellas viandas que entraban en sus barriguitas. Creo recordar que eran cinco… Todos los días había que darles un buen “fregao” de manos y cara, porque estaban un poquito “dejados” en este aspecto, debido a su situación familiar. Siempre ocurre lo mismo: aunque las instuticiones –escuela y ayuntamiento- poníamos todo de nuestra parte no se podía evitar el influjo negativo de los padres. ¿Por qué no proliferarán las Escuelas de Padres? Creo que se atajarían muchos problemas, yendo directamente a su raíz…
Pues bien, estos padres obligaban a sus hijos para que fueran mendigando por los comercios, mal vestidos, sucios… algo que daba pena en unos niños tan pequeños con esas caritas inocentes, lastimeras… que partían los corazones. Pero claro, de pedir simplemente, a medida que se fueron haciendo mayores, pasaron a llevarse “sin permiso” lo que podían agarrar,constituyéndose en un pequeña banda de ladronzuelos, que pronto lograron ser un verdadero problema para los pequeños comerciantes.
Y , naturalmente, el colegio no iba a ser menos… Nuestro Centro contaba con unas magníficas instalaciones de Comedor, que proporcionaban una comida de calidad a más de 300 comensales, que acudían de los distintos centros que no disponían de comedor escolar. Y como es lógico, constaba de una despensa de lo más surtida y abundante,en la que se guardaban todo tipo de charcuteria, conservas, etc… Un día al entrar por la mañana al colegio, me llegaron las cocineras muy alteradas y preocupadas diciendo que habían robado la noche anterior y que se había llevado de todo… jamones,quesos, salchichones, chorizos… Antes de llamar a la policía, inspeccioné el “lugar del crimen” y descubrimos por dónde habían entrado los ladrones: una pequeña ventana, a unos dos metros del suelo, estaba forzada. Dado el tamaño de la misma, era fácil deducir que quien se introdujo era de pequeño tamaño, o sea, solo pudo ser un niño…
Inmediatamente pensé en mis amiguitos, por lo que rápidamente llamé al director del colegio en el que éstos se encontraban. Al contarle lo sucedido, me dijo: “¡Pedro, ya no me cuentes más. Han sido ellos. Porque esta mañana han venido cargados de chocolate, yogures, petit suisse,etc… y los han estado repartiendo entre los compañeros, y me estaba preguntando de dónde los habrían sacado. Espera un poco que el Jefe de Estudios y yo vamos a ir a su casa para contarlo a los padres…”
Efectivamente, mis compañeros se personaron en la casa de los niños siendo recibidos por el padre que, de buena mañana, no estaba para hacer el control de alcoholemia… Relatados los hechos, el padre montó en cólera porque no se podía dudar de la honradez de la familia y para demostrar su inocencia les llevó hasta la despensa de la casa, mientras les decía muy enfadado:
- ¡Señores, en esta casa no se necesita robar para comer, porque gracias a Dios, nos sobra de todo, y para que ustedes puedan comprobarlo miren aquí! Y les mostró una despensa llena a rebosar con todos los artículos que antes yo les había detallado y que, inequívocamente pertenecían a mi Colegio.
Inmediatamente se avisó a la policía que, como se puede imaginar, rescató parte del botín ya que el grueso ya había sido “engullido” o repartido generosamente…
Los chicos fueron creciendo y a la misma velocidad el tamaño de sus fechorías, llegando a grandes robos, incluso a bancos. Tengo noticias de que el pequeño falleció por sobredosis, y los otros andan por la cárcel… una previsible desgracia.
Una vez leído este comentario, ¿alguien podría responsabilizar concretamente a la familia, a la escuela, o al ayuntamiento de esta situación?