martes, 10 de marzo de 2009

LA ENSEÑANZA DE ADULTOS






Un comentario a una de mis entradas me ha llevado a consultar un libro de mi biblioteca. Cuando ya lo iba a depositar de nuevo en su lugar, he advertido que se trataba de un libro que me habían regaldo. Curioseando en la dedicatoria me ha venido a la memoria otra de las facetas de mi labor educativa: la enseñanza de adultos.
Hace ya muchos años, existían clases de adultos para aquellas personas que necesitaban bien alfabetizarse o bien completar los estudios que en su día, y por las causas que fueren, no pudieron concluir. En mis primeros años de profesión abundaron más los primeros ya que eran muchos los analfabetos existentes en nuestro país, a causa de los años difíciles que nos tocó vivir.

Date cuenta, querido amigo, de la fe de estos hombres y mujeres que, después de una larga jornada de trabajo en el campo, iban a la escuela, muchas veces imponiéndose a la vergüenza de reconocer su ignorancia. Te digo que esta labor fue de lo más gratificante pues no hay mejor premio para el que trabaja que el ver el fruto de su esfuerzo en los ojos de humildes personas.

Cuando me trasladé a Valencia, pronto me incorporé a la enseñanza de adultos que simultaneaba con mis clases diurnas. Te preguntarás el por qué de tanto trabajar… existía una razón poderosa: un solo sueldo y cinco bocas que alimentar –además de la mía, claro- Pero había una gran diferencia con lo desarrollado anteriormente y es que, habiendo varias clases, con varios profesores, se podían organizar grupos más homogéneos. Uno de ellos era el de las personas que deseaban obtener el Título de Graduado Escolar. Os podía contar cientos de anécdotas. Si las de los niños son magníficas por su propia inocencia, las de los mayores lo son aún doblemente porque, a la sencillez, unen una gran humildad.

Recuerdo que una de las asignaturas que yo impartí fue la del idioma Francés. Uno de mis alumnos, conductor de autobús, además de guardia municipal y no sé cuantos empleos más –debería tener el doble de hijos que yo- tuvo que hacer un servicio a París, en donde el equipo de fútbol del Valencia tenía que disputar la final de Recopa de Europa- creo-. A la vuelta, al regresar a clase, entre risas y bromas, me dijo con una socarronería propia del valenciano: “Don Pedro: no he podido hacerme entender por los franceses. Lo que he aprendido en clase no se parece en nada a lo que usted nos enseña aquí. ¡Menos mal que el idioma de los signos es universal!” Qué lección del alumno al maestro, aunque he de confesar en mi defensa que los medios y horario que disponía para mi trabajo eran más bien escasos.
Termino. En fotos tienes la portada del libro y las dedicatorias. Te dejo que seas tú el que interpretes el valor de las mismas. A mi me han sonrojado y casi he soltado una lagrimita…



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