martes, 23 de septiembre de 2008

La merienda



Lo primero que hacíamos los niños al salir del colegio era ir a casa para dejar la cartera y coger la merienda que, salvo economías altas, solía estar compuesta por un pedazo de pan, al que se le practicaba un agujero, sacando parte de la miga, rellenándolo de aceite y agregando un poco de sal o azúcar. Se completaba la acción tapando el hoyo con la miga extraída, para que el aceite empapase el pan y así evitar el derramamiento del mismo. Era el conocido “hoyo de aceite” que, sobre todo en Andalucía, tierra de aceite por antonomasia, estaba presente en casi todas las familias.
En algunas ocasiones, la merienda adoptaba un par de variantes: un pedazo de pan, bien con tocino o con una onza de chocolate, de aquél que terragueaba –palabra del vocabulario navero-, como si estuvieses masticando arena… En estos casos y sin que lo omitiese una sola vez, mi madre recomendaba con toda solemnidad:”¡Un bocado grande al pan, y uno pequeño al chocolate! (o al tocino, en su caso)” El caso es que uno llegaba a casa y pedía “la merienda”, sin especificar nada más, es decir, sin posibilidad de elección.
Hoy día –tú lo sabes, querido amigo- el niño pregunta “¿Qué hay de merienda, mamá?” A lo que la madre, emulando al más experimentado “maitre” de un restaurante, va relatando como si se tratara del menú, una larga lista de posibles alimentos:-Hay salchichón, chorizo, mortadela, queso en porciones, queso en lonchas, jamón, sobrasada, fuet, nocilla, leche con cereales, bollitos de leche, –“¡la leche que le dieron a los bollitos!,dan ganas de decir más de una vez…”- chocolate, madalenas, galletas… bueno, y así una larga lista, a lo que invariablemente el niño suele decir con desgana: “¿Sólo hay eso?”. La escena suele terminar con un monumental mosqueo de la madre, que, a veces, y para quitarse de encima el problema, da al niño dinero para que se compre alguna “bollería” de esas que engordan, aumentan el colesterol, y otros males de todos conocidos, pero que tienen el aliciente de contar entre su celofan con los últimos cromos de sus “héroes” de moda…Bueno, yo recuerdo que mi madre, que ya llegó a vislumbrar esta situación en sus nietos, sentenciaba: “!Tenían que volver los años del hambre, condenaos, que os comeríais hasta los zancajos de los calcetines!” . No lo decía convencida, pues era la primera que daba gusto a sus nietecitos, aún en la certidumbre de estar malcriándolos, como ocurre con la inmensa mayoría de los abuelos.
Hay en mi memoria algo que, a pesar de mi corta edad entonces, no he podido borrar de mi mente. No me resisto a contártelo pero rogándote que no lo tomes como una heroicidad por mi parte, ya que yo fui y sigo siendo poco comedor y el aligerarme de comida era –y sigue siendo para mi - un gran alivio. Hubo un tiempo que tuvo que coincidir con aquellos años de hambre en el que, cada vez que yo salía de mi casa con la merienda en la mano, enfrente de mi casa, como una estatua, seria y triste, se hallaba una señora esperando mi salida… A veces yo me hacía el “remolón” para ver si se marchaba, y así salir yo sin que tener que pasar por aquel trance. Aquella mujer, con palabras que hacían jirones mis infantiles sentimientos, me pedía parte de mi merienda para sus hijos hambrientos. Yo, sin mucho esfuerzo por mi parte- lo digo con absoluta sinceridad-, daba parte de mi merienda, y muchas veces la merienda entera, para que aquellos niños, a los que yo conocía por vivir en mi misma calle, saciaran su hambre y, las más de las veces, para que aquella mujer me dejara en paz…Qué poca caridad, ¿verdad?

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