lunes, 15 de septiembre de 2008

Mi casa

Mi casa

Cuando ya llevo unos pocos capítulos, querido amigo, me está entrando algo de miedo. ¿Realmente interesa lo que cuento? ¿Seré capaz de perseverar, virtud que en mí brilla por su ausencia? Seguro que si tú me lo pides me darás fuerzas, y si esto que escribo tiene poca importancia, dímelo tambien…

Estoy narrando mi infancia hasta los once años, en que cambié de domicilio… Y todavía no te he hablado de mi casa. Te la voy a describir y así te haces una idea de cómo eran las casas por aquellos años.

Mis padres y mis hermanos tenían un bar, que ocupaba las dos primeras estancias de la casa. Al entrar, un rústico mostrador de madera a cuya espalda se situaban unas pocas botellas de licor; recuerdo que no faltaban, al menos, una unidad de Marie Brizard, Calisay, algunas marcas de coñac, varias de anis –era lo que más se tomaba antes de marcharse los obreros al campo-, entre las que sobresalía el Anís del Mono, Las Cadenas -¡que buenas eran éstas para acompañar los villancicos, pasando algún objeto metálico sobre su relieve lateral de cuadraditos!-; no faltaba el anís Romar, que se fabricaba en Linares, El Machaquito, etc… Delante del mostrador, dos o tres veladores redondos, de mármol…

A la derecha, una sala con unas mesas rectangulares de mármol, siempre resplandeciente, en la que se “ligaba”(*) a mediodia y a la noche, y que se usaban en las tardes de siesta para los juegos de cartas y dominó, principalmente. Algún “intelectual” pedía el ajedrez, juego que a mis pocos años llegó a engancharme más que una “Play Station”-¿se escribe así?- a un niño actual. Llegué a ser un buen jugador y, perdona mi inmodestia, a alguno de aquellos “sesudos” jugadores, les dí más de un susto en las ocasiones en las que no había nadie para jugar y me ofrecía yo como contrincante…

Un pasillo central nos conducía a la vivienda familiar propiamente dicha. A la izquierda se situaban tres habitaciones seguidas, de paso, a modo de vagones de tren, siendo la primera una especie de salita, la segunda un dormitorio, con una cama, y la tercera, que daba al patio, con dos camas, utilizándose también como cuarto de costura. En estas habitaciones dormían las chicas y, sin ruborizarme un ápice, también yo, cuya compañía, en invierno era disputaba por todas mis hermanas, por el calorcito que les proporcionaba…¡En verano me echaban a las cámaras, con mis hermanos! A la derecha, una habitación de paso, con una mesa redonda, que servía de comedor, con una alacena en un lateral, y, al fondo, las escaleras, que daban acceso a la planta superior. Más al fondo estaba la cocina, en la que, casi siempre, se encontraba mi madre, sartén en mano, preparando las tapas para el bar. Al fondo, un gran patio en el que había una gran cuadra. A su lado un retrete con aquel “saneamiento” típico de la época, es decir, una olla sin culo, que comunicaba con una mina o pozo ciego, que de tanto no me acuerdo.

Y “las cámaras”… la escalera desembocaba en una oscura y lúgubre estancia, llena de trastos, de cajas, que producían ruidos misteriosos al atravesarla. Cuando no tenía más remedio que pasar por allí, tenía más miedo que una legión de viejas, y procuraba hacerlo lo más rápido que me permitían mis piernas. En un plano ligeramente superior se encontraban tres estancias, que daban a la calle y en las que dormían mis hermanos, y como he hecho notar antes, tambíen yo, cuando perdía la condición de brasero invernal…

Hay un detalle que no puedo pasar por alto y que da idea de lo que significaba la vecindad y la amistad en aquellas fechas… Más arriba de mi casa estaba la Barbería de Álvarez –hoy churrería de un nieto del padre -¿Francisquito? Pues bien, dos habitaciones de ambas casas se comunicaban por un pequeño ventanuco, cerrado por una puertecita de madera, que quedaba a la altura de los ojos, y por el que mi madre y Mariquita, la mujer del barbero, se echaban sus charlitas y se pedían aquello que necesitaban, sin necesidad de salir a la calle. “¡Mercedes!, que hoy no me han puesto las gallinas, ¿me prestas media docena de huevos?”

Amigo, gracias por aguantarme el rollito…

(*) “ligar”, en lenguaje navero, significa tomar el aperitivo con los amigos en el bar. Se solía pagar las consumiciones a medias.

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