martes, 11 de noviembre de 2008

Mi hijo tiene un problema


¡Mi hijo tiene un problema!

Vuelvo a mi primer destino. Tras estos tres años cambiando cada curso de escuela y de pueblo, di mi consentimiento al llamamiento que se me formuló desde el Patronato que regía la escuela de Torrubia, para ocupar la plaza en propiedad definitiva. Se ve que quedaron contentos… Para mi fue un halago al mismo tiempo que una suerte pues pasaba de provisional a definitivo, aparte de una serie de ventajas tanto en el orden profesional como material. En el profesional, porque tendría muchos de los alumnos con los que empecé mi vida educativa, conocía el lugar, sus gentes y sus costumbres, de lo que guardaba muy buenos recuerdos. En el material porque el Patronato te facilitaba vivienda, agua, luz y algunos alimentos –frutas y verduras- gratis, y todo aquello que producía la Finca -queso, leche, carne, huevos, etc – a unos precios realmente bajos; aparte de todo eso, una gratificación mensual.
Algunas cosas habían cambiado, pues en esta ocasión ya estaba casado y tenía mi primera hija, con un añito. Por tanto tendría que compatibilizar, como todo ser humano, la profesión con la condición de esposo y padre. Un hecho que, -así lo creo-, nunca fue problema al fusionar esos tres ingredientes de amor conyugal, amor paterno y vocación educativa en uno solo. Desde sus primeros pasos mis hijos se incardinaron en la escuela, como una prolongación del hogar… Yo creo que se educaron por “ósmosis”… ¡Cuantas veces se me ha preguntado por la mejor manera de educar a los hijos! Mi respuesta, y mucho más cuanto más experiencia iba adquiriendo, solía ser siempre la misma: El mejor método es el ejemplo. Los hijos serán lo que tú seas. Si eres generoso, trabajador, responsable, ellos aprenderán de tus virtudes. Si quieres que estudien, que te vean a ti hacerlo, aunque llegues cansado a casa. Si quieres que ayuden en las faenas del hogar, que vean que su padre es el primero que se pone el delantal y se mete en la cocina. Si quieres que sean bien hablados, no digas palabras malsonantes; no grites y tus hijos no te alzarán la voz; razona y tus hijos adquirirán cordura. Date cuenta ,querido amigo, que tú eres el espejo en el que se miran, no hagas nada que no quieras que hagan ellos.Y si a pesar de todo este empeño que has de poner, un hijo tiene algún problema, acude a un especialista que, en primera instancia, es el maestro de tu hijo. Posiblemente lo conoce mejor que tú. Si el problema es más profundo, existen médicos, psicólogos, pedagogos… Pero un consejo: Antes de acudir a nadie, pregúntate: ¿Qué parte del culpa tengo yo en el problema que presenta mi hijo? ¿Alguna vez ha visto en mí ese defecto que le he descubierto? ¿Le exijo más de lo que puede rendir? Piensa: ¿Mi hijo tiene problemas o el problema lo tengo yo?

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