miércoles, 17 de diciembre de 2008


En todas partes cuecen habas

Pues aquí me tienes, querido amigo, convertido en un flamante director de un colegio de tres líneas, cargo que a cualquiera le puede parecer más que honorífico y del cual se podría uno sentir orgulloso, aunque visto desde dentro y en toda su dimensión no es todo lo gratificante que a primera vista pudiera parecer.
Acepté el cargo porque creí que estando en un nivel superior influiría más en el desarrollo de la educación, al tener, supuestamente bajo mi tutela, a profesores, padres y alumnos, al par que verme inmerso en otros sectores de la sociedad como Ayuntamiento, asociaciones, etc…
Siempre he considerado que mi trabajo tenía más de una dimensión, que no era sólo la económica y material, la que te proporciona un salario con el que vivir y permitir sacar adelante a una familia. También contemplaba la función social que comporta un trabajo bien hecho que coadyuva al perfeccionamiento de tu entorno. En un escalón superior, colaborar en la resolución de problemas de marginación, ayuda a familias con problemas, organización de cursillos para padres, etc, etc. En fin, un panorama lo bastante amplio como para poner toda la ilusión del mundo.
Llegué a la dirección con una experiencia “burocrática” si se quiere muy elemental, pues una escuela unitaria –en la que estuve nueve años- es como un colegio en pequeño, de modo que “el papeleo” ya me era conocido. He de decir que los tres primeros años de director tuve que hacerme el trabajo solito, pues todavía no existían los cargos de secretario, ni jefe de estudios, con lo que el trabajo se multiplicaba extraordinariamente. Muchos días llegaba de noche a mi casa, trabajaba sábados y algunos domingos, en vacaciones, etc… Tanto así que mi esposa, con un poquito de ironía, solía repetirme: “¡Niño!, ¿es que vas a heredar el colegio?” Llegaba temprano al colegio, me iba tarde, con lo que la portera del centro, también a veces me soltaba:”¿Es que ha dormido aquí?, ya sólo le falta la cama…” En resumen, trabajé bastante por el colegio, aunque no se me reconociera del todo por parte de algunos. Aunque eso, ya se sabe, pasa en todos los sitios… “En todas partes cuecen habas, y en mi casa a calderadas”, como dice el refrán.

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