jueves, 18 de diciembre de 2008

PROFE, ¿ME DAS UN CIGARRILLO?


Profe, ¿me das un cigarrillo?

Un buen maestro, querido amigo, debe conocer, en primer lugar, la tipología de su alumnado. Es más, debe conocer a sus alumnos uno por uno, con todas sus virtudes y sus defectos, lo que se logra con una observación intensa a lo largo de todo el curso, de toda la escolaridad… Por esto es importante la labor de un buen tutor que se extienda a lo largo de más de un curso y que deje constancia de sus observaciones en el registro acumulativo del alumno, que no debe dedicarse solamente a recoger datos personales y académicos, sino también a todas aquellas observaciones psicológicas de su personalidad.
Con carácter general podíamos establecer una tipología básica del alumnado en: superdotados, normales, infradotados o bien caracteriológicamente en : alumnos difíciles, problemáticos, tímidos, espontáneos, irreflexivos, pasivos, hiperactivos, etc, etc… Casi se podría decir que cada alumno es único y que tiene alguna característica que nos llevaría a encasillarlo en alguna de las anteriores clasificaciones, pero al mismo tiempo tiene otras facetas que hay que examinar con detenimiento para darle el tratamiento adecuado.
A lo largo de mi extensa carrera en la educación puedo decir que he visto de todo, pero como mejor se explica y se entiende un problema es descendiendo al terreno práctico, por lo que me propongo exponerte en los próximos capítulos varios ejemplos reales y la manera que tuve de hacerles frente.
Empezaré por un caso extremo: el de un alumno totalmente negado a trabajar en clase, dedicado a molestar tanto a sus compañeros como a los distintos profesores que le atendíamos.
Ray -le nombro así para ocultar su nombre- era un chico bastante agraciado físicamente, con un retraso más que notable en su escolaridad, fruto seguro del abandono anterior al no haber encontrado el resorte que le hiciera reaccionar para avanzar en su aprendizaje, que le llevaba a aburrirse en clase pues era incapaz de seguir el ritmo, al carecer de base. Los distintos profesores trataban de buscarle ejercicios adecuados a su nivel educativo, pero esto le sublevaba aún más, ya que se veía realizando ejercicios de niños muy pequeños, cuando él se consideraba “todo un hombre”. Aquello era una humillación para su ego…El resultado fue que aumentó su ostracismo y su agresividad.
Reunidos los profesores de nivel decidimos hacerle una ficha de seguimiento que consistía en cada uno de nosotros valorara su trabajo y conducta en su hora de clase. Esta ficha se mostraría a los padres una vez por semana, o cuando se estimara conveniente. No dio resultado…así que tuve que hablar con sus padres para tratar de averiguar qué podría motivar a su hijo para que hiciera algo en clase. Aparte de que descubrí que Ray tenía un padre aficiones “etílicas” y una madre que estaba todo el día fuera de casa -supongo que trabajando, lo que ya me daba algunas razones para comprender la actitud del niño-, pude averiguar que le encantaba dibujar, sobre todo dibujos animados.
Bien, ya tenía por dónde empezar, por lo que propuse a Ray que su trabajo, de ahora en adelante sería hacerme ese tipo de trabajos. Recuerdo que me hizo un cómic y también una animación de un hombre encendiendo un cigarro. Fue un buen comienzo, su conducta empezó a mejorar, pero todavía seguía dando problemas, así que se me ocurrió ofrecerle cien pesetas por cada día que me presentara su ficha de seguimiento sin una nota negativa, y que le restaría también la misma cantidad por día que no lo consiguieraa. Cual fue mi sorpresa cuando al final de cada semana tenía que desembolsar, la mayoría de las veces, quinientas pesetas “del ala”. Resultado, la conducta mejoró, Ray empezó a hacer trabajos que antes no le gustaban, y el estado general de la clase mejoró también notablemente. Pero claro, mi bolsillo cada día estaba más débil…
Mi siguiente paso fue llamar a los padres. Acudió solamente la madre –o como se va a llamar ahora “el progenitor B”- a la que di cuenta de la mejoría tan notable en la conducta de su hijo y cómo se había producido. Mi idea era que la familia se hiciera cargo de este “incentivo” pues yo ya había hecho bastante…Si no podían, que buscasen otro que le ilusionase. Desgraciadamente, el resultado fue negativo. La madre se hizo la loca, como si no se enterara y no colaboró…aunque el fruto no se perdió. Hablé con Ray, con el que ya me unía una buena amistad, y no sólo me comprendió sino que me prometió seguir esforzándose en el trabajo.
Diré que Ray ya había cumplido los catorce años, por lo que era casi todo un hombrecito. Y claro, cuando tuvo más confianza conmigo, un día, al salir de clase, me sorprendió con esta petición: “Profe, ¿me das un cigarrillo?” ¿¿¿¿????¡¡¡¡¡!!!!!

No hay comentarios: