lunes, 13 de octubre de 2008

La Acción Católica (III)


Varios años dando patadas a un balón, en los ratos que me dejaban libre los estudios, dieron para muchas alegrías, pero también para muchos sustos y anécdotas. En el pueblo no teníamos rival, así que hubo que intercambiar contactos con los pueblos de alrededor y aquí es dónde ocurren realmente los problemas.
Siempre que jugábamos en casa , normalmente antes del encuentro que disputaban los mayores, todo transcurría con normalidad. Lo malo ocurría cuando nosotros éramos los visitantes.Una tarde que jugábamos en Vilches, pueblo que “gozaba” de una, seguramente infundada, mala fama de brutos –y que me perdone, si alguno de sus habitantes me lee- todo transcurría con normalidad mientras el equipo local iba ganando el encuentro. Llegado el empate, aquellos jugadores y público empezaron a ponerse “nerviosos” y alguna que otra “peladilla” empezó a caer en el campo de juego, buscando nuestros tobillos. Lo trágico sobrevino cuándo desempatamos: las peladillas se convirtieron en auténticos pedruscos y todos nosotros, como proyectados por el mismo resorte, empezamos a correr campo a través, seguidos por la masa de público y jugadores contrarios, en dirección a las afueras del pueblo en donde nos pudo recoger el camión o camioneta que nos había transportado.
En otra ocasión, disputamos un partido en un pueblo, cerca de Arjona, llamado Escañuela. El campo de fútbol era un terreno que tres días antes había estado sembrado de garbanzos, por lo que, después de su recolección, había quedado con la tierra suelta, con grandes hoyos y desniveles, haciéndose casi impracticable cualquier tipo de juego. No obstante, estábamos allí para jugar y jugamos. Aquella tarde ganamos por 2-6, siendo yo el máximo goleador con tres dianas. No hubo ningún incidente reseñable, portándose el público muy deportivamente con nosotros y aplaudiendo el buen juego. Al término del encuentro, en medio de los aplausos de despedida de aquel maravilloso público, súbitamente veo acercarse a mi a un grupo de personas que, con mucha educación me pidieron que si quería que me llevasen a hombros hasta el pueblo, pues era costumbre hacerlo con la “figura” del partido. Yo, muy orgulloso, no opuse ningún tipo de resistencia y me dejé llevar, entre los vítores de aquella buena gente. Muy poco después, vuelvo la cabeza atrás y veo que se aproximaban a nosotros dos curas – el de mi pueblo y el de Escañuela- con las sotanas recogidas para correr mejor, gesticulando y dando gritos a la comitiva. Al llegar a nuestra altura, el párroco de aquellos paisanos, les conminó a soltarme y les endiñó una soberana reprimenda. A todo esto yo pregunté con ingenuidad:”¿Pero qué han hecho, don Antonio? Si me llevaban en hombros por mi buen partido…” -¡Que te crees tu eso, Hermosilla! Te llevaban a darte un baño en ese pilar que ves ahí… No te perdonan los tres goles, muchacho”
Mi padre era un hombre al que no le gustaba el fútbol. Decía, cuando se presentaba el caso, que no había visto un juego tan tonto e inútil, ya que veintidós personas en calzoncillos iban detrás de una pelota para meterla entre dos palos. Y encima le sale un hijo futbolista… No veía con buenos ojos el que yo jugara, pero menos que saliera del pueblo a jugar, de modo que cuando tuvimos que ir al vecino pueblo de Arquillos, para que me dejara ir con el equipo, tuve que acceder a que me acompañara… Durante el encuentro apreciaba yo que mi padre seguía con mucho interés los lances del partido, pero que se fijaba más cuando se cometía alguna falta por entradas fuertes. Yo procuraba no estar metido en ninguna de ellas para que no me prohibiera futuras salidas, pero he aquí que un balón rebotado impactó de lleno en mis… ejem… “cataplines”, provocándome el dolor que sólo quien lo ha sufrido sabe lo terrible que es. Caí al suelo retorciéndome pero, en un instante, recordando que mi progenitor estaba presente, me incorporé y simulé que no tenía nada.

Anduve unos pasos como un pato para ver si se pasaba aquel horrible dolor, tratando de aparentar normalidad. Yo creo que mi padre no se tragó la trola de que no me había pasado nada… pero me dejó seguir jugando.

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